Cada día los docentes de las escuelas públicas bonaerenses le ponemos el cuerpo al cumplimiento de lo que históricamente sostenemos como compromiso fundamental de la educación pública argentina: garantizar a cada niño/a, adolescente, joven y adulto/a una formación humana y ciudadana que le permita participar de la construcción colectiva de un país que incluya a todos.
Ponemos el cuerpo -que es, además, poner el pensamiento y el corazón- a un trabajo clave en la vida de toda sociedad y que hoy, en la nuestra, se encuentra fuertemente tensionado entre lo que se dice, lo que se oculta y lo que pasa en la realidad.
Desde el discurso oficial, nos hablan de “calidad educativa” y a falta de precisiones hacen permanente referencia a los sistemas educativos de los países centrales y elogian sus supuestos logros, haciendo hincapié en los resultados obtenidos por los alumnos en pruebas estandarizadas que miden un acotado e instrumental campo de conocimientos y capacidades.
Con pruebas como esas, diseñadas para realidades muy distintas a la de nuestras escuelas, pensadas en función de los intereses de esos centros de poder y “recomendadas” por los organismos financieros internacionales, se proponen “medir” nuestro sistema educativo y la “calidad” de nuestro trabajo. No sólo hay un desconocimiento de la rica trayectoria de experiencias e instrumentos de evaluación que venimos aplicando en nuestras instituciones; hay, detrás, el intento de imponer concepciones y metodologías educativas gestadas en los centros del pensamiento empresarial. Y hay, fundamentalmente, negocios.
El discurso de la calidad que se enarbola como estandarte para “abrirnos al mundo”, es un verdadero caballo de Troya de las políticas de mercantización de la educación a nivel global. Para los grandes capitales transnacionales y sus socios locales, la privatización de los presupuestos destinados a la educación pública constituye una fuente de millonarios negocios.
Las estrategias para apoderarse de ese botín son comunes a casi todos los países. Una es diagnosticar una educación pública de baja calidad y habilitar así la aparición de la actividad privada que oferta sus “soluciones” innovadoras. Lo estamos viendo en muchas escuelas de nuestra provincia donde, con el aval y financiamiento del gobierno, se están introduciendo ONGs y fundaciones -la mayoría esponsoreadas por bancos, empresas trasnacionales, e incluso embajadas extranjeras- que so pretexto de mejorar la calidad educativa desarrollan proyectos educativos portadores de sus propias concepciones y valores.
Otra estrategia es la desvalorización del trabajo de los docentes. No es sólo a la hora de discutir salarios o de que se nos amenace con reemplazarnos por voluntarios. Nos desvalorizan, por ejemplo, cuando los funcionarios aluden despectivamente a un trabajo “de cuatro horas” negando que nuestro proceso de trabajo que excede en mucho la jornada laboral por la que nos pagan. Para enseñar tuvimos antes que pensar nuestro proyecto de enseñanza, tuvimos que planificar cada clase, buscar o preparar los materiales o recursos de los que la escuela generalmente no nos provee, tuvimos, después, que evaluar y hacer los ajustes para las siguientes clases… Pero además la enseñanza no es lo único en el trabajo de educar: contener, acompañar, asesorar, dialogar con las familias, son parte de nuestras tareas y también requiere tiempos extra clase. Como lo requiere otra complejidad de nuestro trabajo que es que no trabajamos con un individuo sino con grupos. Y es parte de nuestro trabajo, y lo tenemos que hacer por fuera de nuestra jornada laboral, actualizarnos y capacitarnos para afrontar los cambios en el conocimiento y las nuevas complejidades sociales.
De esta realidad de nuestro trabajo, como de la falta de condiciones materiales en la mayoría de las escuelas, como de la falta de puestos de trabajo para afrontar las difíciles circunstancias que están atravesando muchos de nuestros alumnos y comunidades, como , por supuesto, del nivel de nuestros salarios, de todo esto no hablan los funcionarios que se llenan la boca hablando de la educación en Finlandia.
Los docentes somos obstinados en nuestras convicciones y en nuestro compromiso con la educación pública. Nuestra pelea por el salario es parte de nuestra pelea por el reconocimiento de nuestro trabajo. Reconocer y valorar el trabajo de educar es indispensable para una verdadera calidad de la educación que nuestro pueblo merece.
Por María Laura Torre
Docente
Secretaria adjunta Suteba