Alejandra Pizarnik fue una poeta argentina nacida en 1936 luego de que sus padres se escaparan de la Alemania Nazi. Su contacto desde muy pequeña con la muerte hizo que sus poemas estuvieran cargados de un gran sentido de la soledad [“La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro”]. Alejandra tiene las características de una “ciudadana imperfecta” y profundamente inadaptada al statu quo. Por ello, su surrealismo indiscutible y su calidad de heredera latinoamericana del magnífico Rimbaud, tomando la idea de “los aires y las formas muriendo”, símbolo de la ruptura reflejada en su obra.
Pues ser hija de inmigrantes, homosexual –o abierta al mundo de la exploración epicúrea como se puede observar en sus cartas de amor a Silvina Ocampo-, acomplejada por su peso y su dificultad dialéctica la excluyeron de los estándares sociales que aborreció hasta la irrupción de su fatídica muerte [“Yo no soy de este mundo, yo habito con frenesí la luna”]. Y esto no es todo, fue internada en la Sala 18 del hospital Pirovano tras ser diagnosticada con un cuadro psicótico severo [“éstos hablan y, lo peor, éstos tienen cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra)”].En esa misma sala escribió uno de sus textos más lúcidos y concretos, fue donde finalmente comprendió el infortunio de quienes cuya profundidad y visión diferente del orden social los hacían sujetos peligrosos [“pero le pasó (a Kafka) lo que a mí: se separó fue demasiado lejos en la soledad y supo -tuvo que saber- que de allí no se vuelve. Se alejó -me alejé- no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal) sino porque una es extranjera una es de otra parte, ellos se casan, procrean, veranean, tienen horarios, no se asustan por la tenebrosa ambigüedad del lenguaje (no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches) El lenguaje -yo no puedo más-, alma mía, pequeña inexistente, decidite; te la picás o te quedás, pero no me toques así, con pavura, con confusión, o te vas o te la picás, yo, por mi parte, no puedo más.”]
Comprender a una poeta de su dimensión es tan complejo como intentar enumerar los requisitos objetivos de la idoneidad para el discurso hegemónico. La certeza de estar frente a una “ciudadana imperfecta” se define por su tendencia al cambio, en su caso, a no cumplir con las formas propias de medición del poema o incluso de su rima. Pero no es menos cierto que en todo “ciudadano imperfecto” hubo o quiso haber un anhelo hacia la adaptación plena al mundo foráneo [Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad, bailan conmigo. Yo oculto clavos para escarnecer mis sueños enfermos”]. Y tan pronto como un suspiro resplandeciente, la imposibilidad de aquella adaptación, cuya frustración dibujaba la pulsión hacia el Thanatos [“Afuera hay Sol. Yo me visto de cenizas”].
La relatividad es propia de quienes construyen arte en cualquiera de sus variables y dicha construcción, en definitiva, denota una verdadera deconstrucción de la coyuntura propia. [“El farol amarillosucio que vigila bajo el cielo negrolimpio esta noche angustiosa, llena de dualismos”]. Finalmente, arriba la sublevación como respuesta irreverente y como única –y doliente- salida posible [“Todo es tan terso que mis lágrimas se sublevan”].
En especial, la idea de que todo es una creación del ser humano y que se intenta evadir, combatir, acallar lo ajeno e innovador; el bullicio para excluir lo distinto que ya es y será en la plausible cotidianidad [“Como un poema enterado del silencio de las cosas hablas para no verme”]. Pero, lo distinto es aquello que está desprovisto de un horizonte infalible si nuestro basamento es el discurso hegemónico [“Dice que no sabe de la muerte del amor, dice que tiene miedo de la muerte del amor, dice que el amor es muerte es miedo, dice que la muerte es miedo es amor, dice que no sabe”].
Los imperfectos se asoman desde los sitios más recónditos para demostrar que también poseen voz y aunque en el caso de Alejandra lo hiciera con sus versos tan punzantes como agónicos, era su forma de no-negación, de autoafirmación de una vida entregada a la búsqueda incesante [“una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo. La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”].
Y en aquella asfixia, seguramente arremetida contra sí por no poder asistir al banquete del discurso dominante, es que veía oscuridad en lo que denominaba sano y terso. En esa dicotomía se alojaban sus pensamientos, en el limbo de querer pertenecer a un capital simbólico incomprensible en su ideario. [“Aquí vivimos con una mano en la garganta. Que nada es posible ya lo sabían los que inventaban lluvias y tejían palabras con el tormento de la ausencia. Por eso en sus plegarias había un sonido de manos enamoradas de la niebla”].
Pero por momentos, Alejandra, creía que en los otros no había diferencia, sino simplemente olvido de lo esencial –y es aquí donde radica la esperanza del poeta que intenta penetrar en la memoria colectiva- [“En un cerrar los ojos y jurar no abrirlos. En tanto afuera se alimenten de relojes y de flores nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados y un sufrimiento en verdad demasiado grande, pulsamos los espejos hasta que las palabras olvidadas suenan mágicamente”].
Quizá, Alejandra, creía ser inocente y ajena al tiempo cronos que rige nuestros días [“No hay tiempo suficiente y a la vez no hay modo de llenar el tiempo¨]. El tiempo es una directriz del sistema que nos gobierna y una forma de medición certera para el ejercicio del control social.
Por esta alcantarilla desdeñosa en la que los versos de Alejandra hicieron eco en la literatura argentina, y por su paso lacerante por este mundo esquematizado, es que no hay dudas de su imperfección manifiesta e insalvable destino. [“Más allá de cualquier zona prohibida, hay un espejo para nuestra triste transparencia”]. Su deseo era la ruptura de lo impuesto para hacerle lugar a la infinita escala cromática de nuestras identidades [“Detrás de un muro blanco la variedad del arco iris”].
Transitar el laberíntico mundo psíquico y artístico de Alejandra Pizarnik nos ayuda a entender la enriquecedora pluralidad, no como enemiga de lo hegemónico, sino deseosa de hallar un mismo lenguaje, un inexorable punto de encuentro: el poema [“escribir un poema es reparar la herida fundamental, porque todos estamos heridos”].
Invitada
Mariana Belén Romano
Abogada. Miembro del Poder Judicial de la Nación y de la Asociación Civil Usina.