“Haz el bien sin mirar a quién” es una frase de la Biblia que dice que se debe hacer el bien de forma desinteresada.
Llega Navidad y en el arbolito, si es que lo pudieron comprar, o en una ramita cualquiera, o sobre la mesa, o donde sea que los habitantes de la Provincia de Buenos Aires la celebren, van a ingerir por los ojos para que los digieran mentalmente las imágenes de Perón, Evita, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Axel Kiciloff. Porque el fin es hacer el bien con nombre y apellido, cargo político y mesianismo, ya que se trata de los salvadores de la Argentina. Nada nuevo bajo el sol. Vieja metodología para arrodillarse ante los reyes del peronismo-kirchnerismo, que les entregan pan dulce, con las fotos de los que en décadas dieron al pueblo, no para que “progresasen”, sino para que “los votasen”. Si todo hubiera o sería diferente, no haría falta someter a la digestión lo que cada uno solo debería ganarse con trabajo. Esa mercadería que falta en plaza, y que en vez de crear fuentes de trabajo buscan adeptos a las urnas para la próxima elección, como lo fue siempre bajo su ideología.
Esto me hacer recordar cuando hace muchos años llegué a Praga y había una Spartaquiada, una olimpíada bajo el régimen comunista. Por doquier había carteles con publicidad deportiva y bolchevique. Era tal el despliegue de banderas y dibujos para mentalizar gente y sobre todo una juventud a su medida política, que al llegar la noche cerraba los ojos y desfilaban en mi mente lo acumulado en el día. Pero el detalle interesante era, que como no existía la publicidad privada, esa propaganda dominaba las calles. Y ni qué hablar de los desfiles monstruos que vi, como los hubo en la Italia de Mussolini en Roma frente al balcón del Duce, el nazismo de Hitler en Berlín y el estalinista en la Plaza Roja de Moscú. Del mismo modo, los que reciban los panes dulces, agradecerán a los que se los regalaron para sumar filas. Es que hay dos formas de dar: “con sentido de solidaridad” y “con sentido de aparente solidaridad”.
Los pobres de este país también se dividen en dos clases: los que a pesar de su crítica situación “se autoabastecen” y están los que se acostumbraron al “padrinazgo”. La diferencia entre comprar un pan dulce o no comprarlo, es la misma que tener que poner la caja con el regalo adentro como si fuera un altar para adorar a los dioses gobernantes, porque la diferencia oscila entre la demagogia y la dignidad.
Increíble es aceptar tanta ambición al estilo de un imperio. Los panes dulces “solidarios” que se entregarán o ya se entregaron, son con plata de la misma gente que los recibe, porque es con plata del Estado que se costean, con el agregado del costo de impresión de sus fotos, que también es plata de todos, como el cotillón que reparten, y el protector solar para ir a las manifestaciones, última adquisición. Todo tan parecido a aquella Spartaquiada que viví en Praga, en la que los líderes eran esperados por sus choferes en lujosos coches blindados, usaban trajes de última moda, y en el avión que viajé de regreso iban en primera.
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora