El 24 de marzo fue un día de duelo y sin embargo pareció de fiesta. Fue confundir tristeza con campaña política. Fue un despliegue de abundancia de cotillón camporista en vez de una marcha silenciosa en memoria de los asesinados. Los estruendos que anunciaban a los encolumnados que habían partido de lo que fue la ex Escuela de Mecánica de la Armada hacia el Obelisco, por su cantidad y explosiones, fueron el aviso que los manifestantes avanzaban. Por tandas venían cantando que eran los soldados de Perón, los que reivindicaban al Che Guevara y a Néstor y Cristina. Estaban custodiados por una cadena humana y lazos para que mantuvieran el orden. Caminos aprovisionadores de agua los seguían del costado de tráfico cortado para su desplazamiento. Las explosiones eran interminables sumado los redobles de tambores, no solo de la ciudad sino de los que trajeron del interior del país con grupos para enceguecer al enemigo Fernandista contra el cual marcharon. Fue un impresionante mar de banderas, pecheras, carteles, slogans, ritmos orquestados y memorizados para llamar la atención de la cantidad de opositores al presidente que ellos mismos eligieron. Entre los que viajaron desde las sedes kirchneristas de algunas provincias también trajeron sus blandientes músicos de parche que agrandaron la manifestación como nunca para demostrar que ganaron la calle como protesta y obediencia. Los caminos con explosivos los acompañaban desde el costado de la Avenida del Libertador solo ocupado por motos, camiones, grupos de organizadores de a tramos, quienes les daban sus cartuchos, sus petardos y demás, para que los hicieran detonar. Los que lo recibían se apostaban acostados sobre el asfalto y apuntando en alto para que estallaran. Bum, bum, bum abundante, para advertirles a los habitantes de esa zona que ellos eran los dueños de la calle, que iban a recordar a los muertos del Proceso y que eran el símbolo de Justicia y Memoria.
Fue su pasar como lo hacen anualmente una pesadilla, una falta de respeto a los desaparecidos, una tembladera al gobierno de turno y un demostrar ignorancia ante el comportamiento de semejante drama. Máximo Kirchner y séquito, ellos, miembros del Estado a sueldo, fueron a sabotear a quienes quieren derrocar. Fueron a librar una batalla de poder y a ofender a los que sí saben guardar recogimiento en un día como ese. Se montaron un canal propio casi niños o jóvenes al mejor estilo fascista para entrevistar a partidistas.
Fue una jornada vergonzante en la que predominó el odio en vez del pesar, el silencio y el recuerdo. El luto no es un carnaval como lo vivido ese día.