A pocos días de terminar el verano se irá cambiando el despojo de ropa para tapar el cuerpo por el cambio climático y la gente dejará de mostrar sus cuerpos que fueron un desfile de tatuajes, un desfile de diseños en pequeña y gran escala sobre la piel de sus adoradores. Una moda que es como un estallido de disconformismo con la piel con la que vinieron al mundo. Sus poseedores nada tienen que envidiar a las costumbres de tribus y fetichismos dispersos en el mundo. Los tatuajes han avanzado en su práctica como una manera de diferenciarse en la multitud, con ornamentos con los que se sienten bien y dueños de una especie de talismán, creencias, mitos y demostraciones de amor sobre la piel. Parecería que el don de la palabra no fue ni es suficiente para expresarse y hay que perpetuar en letras adoraciones sobre la superficie corpórea.
Este verano ha sido el que más ha mostrado esta práctica que despertando en la gente la necesidad de tener una piel decorada desde algo mínimo hasta casi la totalidad de su cuerpo. El costo que tiene es monetario y queda para siempre y sin embargo, a pesar de la crisis económica, tiene clientelismo.
La reciente foto sobre las cárceles en Nicaragua ha sido impresionante, ya que parecían una maraña de hombres de tinta y dibujos, desde su calvicie hasta el resto de sus cuerpos. Esa marca es para señalarlos e identificarlos en caso de escapar como así también mafiosa. Esta práctica se hace también con el ganado a la que con la yerra le dejan el título de propiedad y no olvidar la bárbara práctica de los números tatuados a los judíos en los campos de concentración nazi.
Esta necesidad de escribir, dibujar, marcar, identificar, mostrar y exhibir nombres, símbolos religiosos, dichos, fechas, ídolos y demás en la piel, vino a suplantar al rezo, a la escritura, a la palabra, o sea todo aquello que expresa un sentimiento, una ideología o una pertenencia. Este desfile de cuerpos se ha transformado en una tribu de personas que se han asociado a ser marcadas como símbolo de belleza e identidad.
A veces me he detenido ante los gabinetes para ver trabajar a los tatuadores que se han convertido en artistas y que lo son satisfaciendo necesidades ajenas y a los que les agregan su arte.
Así como antes se iba por las calles leyendo carteles ahora se leen en los cuerpos historias ajenas. Los cuerpos pasaron a ser galerías ambulantes con dibujos y palabras. Lejos está la Venus de Milo o los desnudos de Botticelli o Tiziano, de piel lozana, destacando sus músculos y la belleza que Dios les dio en su creación. Ahora los hombres y las mujeres necesitan grabarse por disconformismo, por moda, por necesidad de diferenciarse, por desafiar a la naturaleza humana. Y otro detalle que no es menor es el costo de esa decisión al igual que las pintadas con aerosol en la calle, ya sea como protesta, murales artísticos o de propaganda política, y otro detalle no menor es que ambas son costosas.
Estamos viviendo un mundo de locura colectiva que afea al ser humano en contraposición al culto de lo bello para adornar la vida.
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora