El robo de un celular es una noticia a diario, y sobre todo en el conurbano. La técnica de ir dos en una moto, uno conduciendo y el otro avistando la presa, indicando el lugar, distancia hasta atacarla, es una profesión de delincuentes muchas veces convertidos en asesinos.
Morena de 11 años iba al colegio, no a un boliche con pollera corta, no era una adicta o borracha, ni una joven cualquiera, con todo el derecho de ir como a cada una se le antoja con su celular sin ser atacada. Ese celular con el cual Morena avisaba a su abuela cuando llegaba al colegio, se convirtió en una presa de reventa y peligro. Un celular con el que estás en contacto con el mundo, novio, cita, trabajo, hijos, familia, ha pasado a ser un peligro, porque es sinónimo de guita para mafiosos que tienen derecho a sacárselos a los que lo tienen a cualquier precio.
Señores asesinos de ciudadanos que tienen celulares desde el más rico al más pobre, a ustedes, para quienes un celular tiene más valor que una vida, deberían existir grandes castigos. Tal vez muchos ignoren al dictador Franco al que odié siempre, como a toda metodología que coarte la libertad, como ustedes hacen al hacer prisionera a la gente del miedo, que a quien robaba le cortaban un dedo. Y ahí iba a plena luz del sol el que cometió un atraco con su mano y dedo mocho mostrando quién era.
Esos andan sueltos, tantos delincuentes en moto o traficando drogas, secuestrando mujeres para ser explotadas por los tratantes, huele a prontuarios cajoneados, porque no solo tienta un celular por unos morlacos, si no los negocios que reditúan grandes sumas de plata, ya sea la seguridad pública o a la Justicia.
La violencia engendra violencia y cuando no es reprimida por el Estado es tomada como represalia para defenderse por el pueblo, cansado de ir a trabajar, dejar a su familia, a sus hijos que ya no pueden jugar en la calle como cuando yo era chica y mirando delitos por televisión a granel.
El crimen de hoy es un crimen sin perdón y que no me vengan a hablar de los Derechos Humanos de unos y no de otros. Crimen es vivir de lo ajeno, crimen es ver que en un barrio donde todos se conocen, los extraños son dueños de su tranquilidad y lo que supieron conseguir. Crimen es robar y matar por un celular o por un coche, una mochila a un pibe, sacarles las zapatillas, las camperas a los que van a estudiar o ayudar con su laburo a sus padres para poder comer. Crimen es violar a una chica para arruinarle la vida porque son tan machos los atacantes que en vez de pagarle a una prostituta se consideran piolas y divertidos con lo que cometen. Crimen es la regalía de un gobierno que hizo de la dádiva una cultura que empobreció a un país y una generación que cree que la envidia es hermana de la tentación.
Hablar de Bukele y su metodología con la Mala Salvatrucha es horrible, pero lo que no lo es, es que sus familiares tienen que pagar lo que el Estado gasta para tenerlos presos y que cuando salen reiteran sus salvajadas.
Mi padre llegó perseguido de Ucrania a los 18 años, llegó casi como un polizón, sin idioma ni parientes, y fue estibador en el puerto. Trajo a toda su familia de Europa, nadie robo y todo lo ganaron con el sudor de su frente en otra Argentina que daba trabajo y no vendía un voto por un regalo para el Día del Niño o un choripan para ir a las manifestaciones.
En memoria de una adolescente ASESINADA ¡AMÉN!
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora