Todos le pertenecen al monarca que decide si se lo queda o lo entrega a lo entrega a un pariente.
Desde los inicios de la monarquía británica, existen muchas normas en torno a comportamientos y códigos de conducta de la familia real británica.
El círculo cercano al monarca, en este caso el rey Carlos III, se debe regir por reglas y la Navidad no se queda fuera de este orden.
Antes de fallecer la reina Isabel II tenía en su haber un cúmulo de 120 países visitados e innumerables visitas formales dentro de Reino Unido.
En cada una de sus apariciones públicas, la monarca solía recibir obsequios de parte de los ciudadanos.
Parte de esos regalos van dirigidos a otros miembros de la familia real. Y es allí donde recae una de las reglas más estrictas del protocolo: por muy bello que sea el gesto de regalarle un objeto a alguno de los integrantes de la casa real, este pasa a ser inmediatamente propiedad del rey o la reina.
Al tener posesión de cualquier regalo dirigido a la familia real, solo el monarca puede decidir qué hacer con él.
Existen siete páginas dedicadas a este protocolo en el manual de reglas y normas de la Casa Real sobre qué se puede aceptar, cómo se deben registrar, qué se debe rechazar y qué se debe devolver.
Es por esta regla que todo lo que se le entregue al rey Carlos III y que tenga como destinatario a sus nietos, los hijos del príncipe William y Kate Middleton, pertenece automáticamente a él.
No es propiedad de los pequeños, a menos que cada uno de ellos acceda al trono y de esta manera se transfiera el título de posesión.
Esto quiere decir que todos los juguetes, libros o dulces que se les envíe a los príncipes George, Charlotte y Louis, y todos los que ya se enviaron en cada uno de sus nacimientos, son pura y exclusivamente de pertenencia del rey Carlos III.
El estricto protocolo es que las normas no se aplican para los obsequios que se intercambien entre los miembros de la familia real.