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18 de abril, 2024

CRISTIAN ALTAVILLA. ¿Están en peligro nuestras democracias?

La cuestión de la calidad democrática ha cobrado renovada vigencia en los últimos años, especialmente en América Latina, con una importante cantidad de movimientos sociales exigiendo nuevos o mejores derechos, inestabilidad institucional, juicios políticos a mandatarios, enjuiciamientos a ex mandatarios y mayor exclusión social. Y otras partes del mundo también, sobre todo por el ascenso de líderes populistas (de extrema derecha) que han hecho tambalear los pilares de las más arraigadas democracias modernas. El propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, lo reconoció en su discurso de inauguración el pasado 20 de enero: “Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa, la democracia es frágil” y que “Nos enfrentamos a un ataque a nuestra democracia y a la verdad, un virus furioso, una desigualdad punzante, un racismo sistémico, un clima en crisis, el papel de Estados Unidos en el mundo”.

La pandemia del COVID-19 también generó sus propios riesgos a la democracia, al tiempo que renovó e incluso reforzó viejos problemas. Lo hemos visto en nuestro país, en muchas provincias que excedieron todo criterio de razonabilidad al implementar medidas restrictivas de derechos fundamentales, como los cierres absolutos de fronteras, tratamientos hostiles a la población, etc.  

No se trata de decir que hubo un tiempo donde las democracias fueron perfectas o resplandecieron. Cada época, cada momento histórico planteó sus desafíos a la democracia: la cuestión racial, la tolerancia religiosa, los procesos migratorios, las tensiones internacionales, etc. En algunos casos (tal vez en la mayoría de ellos), las democracias fueron suspendidas de golpe – en otros, lentamente. Pero como fuere, puede observarse que la mayoría de los países occidentales sufrieron, en el último siglo, algún golpe de Estado o vieron transformarse sus democracias en regímenes totalitarios. La monarquía constitucional de la Italia de Mussolini o la república de la Alemania de Hitler fueron lentamente – en algunas cuestiones, casi imperceptiblemente – transformándose en regímenes totalitarios. De hecho, durante todo el gobierno de Mussolini jamás se abolió la monarquía, y durante el régimen del III Reich, la constitución de Weimar de 1919 continuó vigente. En otros casos, sobre todo en América Latina, las democracias murieron de un solo golpe: Brasil en 1966, Uruguay en 1973, Chile en 1973, Argentina en 1976 – solo por mencionar los últimos y más resonantes. O los países de la Europa oriental, que de un día para el otro, terminada la II Guerra Mundial, se vieron inmersos en una especie de “protectorado” soviético con un sistema comunista de gobierno.

Caído el muro de Berlín y con él, el régimen soviético, todos los países de la Europa oriental volcaron sus regímenes de gobierno a la tradicional democracia constitucional, y en América Latina poco a poco las dictaduras fueron dando paso a nuevas democracias. Este proceso fue denominado como la “tercera ola”, y se hablaba de regímenes democráticos «en transición». ¿Pero transición hacia dónde? Se suponía, hacia una democracia consolidada. Sin embargo, en el camino hubo algunas desviaciones (¿o tal vez nunca existió una guía clara y concreta?) que hicieron que esas democracias no llegaran a su ansiado destino y se transformaran en “consolidadas”. Después de cuarenta años, no se puede seguir hablando de “transición”, y en la búsqueda de una nueva definición o un nuevo término que se adecue a la realidad de esos procesos, han surgido miles de denominaciones nuevas: regímenes semi-democráticos, semi-autoritarios, autoritarismos competitivos, no-democráticos, sistemas híbridos, etc. etc.

En este sentido, las democracias latinoamericanas parecen estar siempre a mitad de camino: cuando no fueron los golpes de Estado, fueron los procesos económicos que dejaron a millones de personas en la pobreza, ensanchando y profundizando las desigualdades sociales.

Pero hoy las democracias no mueren de un solo golpe. Los verdaderos peligros están en el interior del sistema y se nutren de las mismas instituciones democráticas. Se trata de procesos de transformación institucional – sea a través de cambios legislativos, o bien a través de determinadas prácticas gubernamentales – que van modificando el sentido verdadero de las instituciones que son el basamento de la democracia. Por supuesto que existen muchas otras causas, en particular, la desigualdad social. Dentro de estos procesos de transformación institucional pueden identificarse puntos concretos: la división de poderes, la representación política y la participación ciudadana. Estos tres aspectos – clave para toda democracia constitucional – están siendo objeto de nuevas interpretaciones y sometidos a ciertas prácticas que tornan bastante difusos los contornos democráticos de nuestros sistemas. 

Lo cierto es que vivimos en un mundo cada vez más complejo, que plantea importantes desafíos a nuestras democracias, no del todo consolidadas, pero que al mismo tiempo ofrecen nuevas herramientas para revitalizarlas. Saber detectar los problemas a tiempo y actuar en consecuencia, de manera innovadora e inclusiva, será crucial para fortalecer la democracia.

INVITADO
Cristian Altavilla
Abogado, Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Director de la Carrera de Abogacía de Universidad Siglo 21, y profesor de Derecho Constitucional, de Derecho Político y de Derecho Público Provincial y Municipal en UNC y UES21. Investigador Asistente CONICET. 

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