Ante otro aniversario del Atentado a AMIA me hice muchas preguntas que tienen que ver con los cambios. El tiempo con su ovillo ha tejido nuevas maneras de expresarse en lo social, político y artístico.
Lo primero que siento es ganas de invertir los años del atentado para leerlo, como se lo hace en hebreo de derecha a izquierda, y en vez de 28 años de aquel segundo brutal atentado a la comunidad judía que atacó a la comunidad argentina con el pago de muertos por el terrorismo islámico, es que por su impunidad, es como si fueran 82 años.
82 años en los que los inmigrantes judíos recuerdan esa frase corta, contundente y trágica que latió en sus corazones cuando volvieron a sentir el espanto del odio con el primer atentado a la Embajada de Israel dos años antes, y luego el otro en 1994. ¡Otra vez! ¡Otra vez! Pero no sólo los que eligieron este país para vivir y morir como personas lo repitieron en voz alta y en silencio, sino también sus descendientes acostumbrados a escuchar lo padecido allí lejos de donde vinieron perseguidos, castigados, asesinados sus familiares.
Otro aspecto que quiero mostrar es que, en honor a la memoria, todos los años el 18 de julio se organizan comunitariamente y espontáneamente concentraciones a lo largo de la calle Pasteur ante el nuevo edificio construido sobre las ruinas del anterior, y tal vez tendría que ser al revés, demostrar ausencia por falta de Justicia. Llegar a 28 años en los que tantos seres queridos podrían haber crecido, estudiado, trabajado, aportado al país sus conocimientos, es un tiempo de espera demasiado largo para olvidar, es una cachetada a la lógica, a la convivencia, a la interrelación de las religiones. Tal vez sería mejor enviar las 85 fotos a cada uno de los que ejercen Justicia para que sepan que no son carpetas, que fueron personas, que no pudieron crecer como crece la bronca cada año que pasa, porque tramas nacionales e internacionales siguen congelando su memoria. O tal vez convertir la Plaza de Mayo, la plaza que convoca al pueblo, en una galería al aire libre para poner sus retratos cerca de la Casa Rosada y poder ser vistas desde el balcón famoso. De este modo el gobierno no tendría que elegir quién lo va a representar en un acto que es incómodo para todo político.
Hacer el acto al que voy siempre representa gran movilización de seguridad, gran despliegue de escenario para los artistas invitados, conmovedores discursos y testimonios de dirigentes y los que seguirán toda su vida de duelo, vecinos que se asoman para acompañar, los que cierran ventanas y balcones para no escuchar, la sirena que hace correr el escalofrío a la hora señalada de la explosión, y el entorno del barrio con sus pinturas alusivas, los monumentos, los medio de comunicación para transmitir el evento, reporteros gráficos, los presentes levantando las fotos de los asesinados, los llantos, los rostros agrietados de pena y los representantes de turno del gobierno. Es decir convertir esa fecha en un grito colectivo y por el otro lado la paradoja del silencio, las promesas y los culpables libres. Y pasado el 18 de julio todo sigue igual… Pasteur es una calle, un pequeño mundo dentro del gran mundo en el que un grupo extremo decide el lugar para atacar, y debería, por el contrario, ser destruido ese grupo definitivamente de la faz de la tierra.
A los 28 años del Atentado a la AMIA, en mi trabajo de periodista, en el que le hice varios reportajes a sobrevivientes, hay uno que quiero repetir que me conmovió y demostró que la vida es más fuerte que la muerte. Fue cuando alguien me contó, que en medio de la confusión de afuera y la de su cabeza, el olor a explosivo, el polvo y los gritos, trató de moverse y encontró entre los escombros una mamá que estaba amamantando a su bebé. Que el amor y la esperanza puedan algún día dar vuelta la página de la discriminación.
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora