El 7 de octubre cambió la vida de un país y del mundo. Fue otra demostración del odio hacia el judío, pueblo, cultura y religión siempre chivo expiatorio de todos los males que afectan a la sociedad.
El deseo de terminar con ellos fue la necesidad de señalarlos culpables de haber sido el primer pueblo monoteísta que luego por la ambición del poder de conquistas y otras fes, debía desaparecer. Todo esto viejo como el tiempo y sin embargo actual, vigente y revivido.
El logro de la invasión a Israel de parte de los terroristas de Hamás llevó mucho tiempo, gran información, investigación, presupuesto e inventiva de parte de fanáticos cabecillas musulmanes extremistas contra Israel y sus judíos. Ese pogromo no fue para liberar una tierra ocupada por autodefensa para recuperarla. Fue un plan exterminador para atraer la atención de lo que son capaces de hacer. Sus líderes diagramaron su objetivo: demostrando ser herederos de los sistemas históricos más sangrientos contra los judíos sumando su propia crueldad “Made In Hamás”. Las mentes brillantes del horror volvieron a burlarse de una festividad religiosa, de transformar una fiesta en una tragedia, de convertir la música y el baile en gritos, agonía y corridas. Cayeron como buitres del cielo, entraron en tropilla armados, tenían en sus manos granadas y cuchillos y cumplir la orden de matar y convertir el predio de la fiesta en una macabra escena de cadáveres. Los que intentaron huir fueron alcanzados por las balas, arrastrados, sacados de sus coches vivos o muertos para ejecutarlos y todo lo que la perversa imaginación que la mente pueda elucubrar estuvo al servicio de la obediencia de vida. Drogados para enfrentar desinhibidos, para gozar ante las presas cumplieron destruyendo, quemando, descuartizando, violando, robando, dejando kibutzim, colonias agrícolas, en ruinas, tierras cultivadas regadas de sangre, jardines de infantes destruidos, hogares incendiados y sus habitantes aniquilados y desmembrados con doble y triple descarga de balas para asegurar su cometido. Asesinaron desde bebés a ancianos ordenados por su Imán, que en árabe quiere decir predicar la fe. Ellos interpretan su religión a su conveniencia que es matar, matar y matar a infieles invocando su dios.
Ese plan tuvo un tiempo de armado excavando la tierra para hacer su guarida de túneles que costaron muchas vidas de obreros palestinos, millones de dólares de ayuda humanitaria para los cabecillas. Por el contrario sobre Gaza construyeron pobreza y una sociedad miedosa hasta el fusilamiento en caso de revelarse bajo el lema que todo es por culpa de Israel. Pero para los terroristas ante el ataque que tenían previsto hacer el 7 de octubre no les importó que Israel se defendiera. Tenían como objetivo que el mundo lo condenara con el juego internacional imparcial de los derechos humanos para unos y no para otros.
El ataque del 7 de octubre fue nuevamente una advertencia al mundo del terrorismo que ya padeció y sigue acechándolo. Un mundo en la que la vida como moneda de cambio no vale nada ante el poder del dinero, el petróleo, gas, armamento y armas nucleares al mando de Irán, Rusia y China. Un mundo de migrantes y discriminados por razones políticas, sociales y religiosas.
Frente a la tragedia sucedida fracasó el alto al fuego porque los árabes no lo acataron engañando con sus promesas y el canje de rehenes. Esa entrega de secuestrados que fue vergonzosa, tratando los palestinos de fotografiarlos con una lluvia de flashes al ser liberados, que aparecieron sonrientes a punta de Kalashnikov luego de vivir en cautiverio. Esos rehenes que los medios muestran limpios, con botellas de agua en sus manos y con peluches a los niños que lucen limpios, prestando sus brazos a la gente mayor para apoyarse. Esos rehenes que son los que van dando testimonio de a poco del trato recibido.
Mucho túnel, poca comida, nada o casi nada de asistencia médica, golpes, gritos, órdenes, oscuridad y la incertidumbre, la duda si iban a vivir o morir.
Para los terroristas la vida no vale nada a cambio del paraíso que les prometen convirtiendo la tierra en un infierno. No tienen perdón.
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora