Érase un hombre a una nariz pegado, así comienza el soneto satírico escrito en el siglo XVII por Francisco de Quevedo parodiando la nariz de Luis de Góngora. Y repasando detalles características físicas que hicieron famosos a personajes reales como fantaseados están Quasimodo en El jorobado de Notre Dame; el Capitán James Hook o Capitán Garfio y tantos otros del mundo de la literatura, del teatro y del cine. Pero cómo quedará para la Historia de la Humanidad al hombre y mujer de la era del celular más usado con la pandemia del coronavirus?? ¿Será un hombre pegado a un pequeño teléfono mirándolo o hablando? ¿Cómo ayudó e influenció en la pandemia? ¿Fue el oxígeno que no pudo respirar fuera de su casa? ¿Fue la máscara de vida que lo salvó de ahogarse en ganas de abrazar?
Entre las confesiones publicarán que ese adminículo de bolsillo o cartera cambió no solo la forma de comunicarse si no también de vivir. La dependencia a ese medio de comunicación cambió las costumbres, y en las librerías los libros de viajes los habían pasado a la sección de fantasía, los de política a la de ciencia ficción y los de epidemiología a la de auto ayuda. Y todos estaban intercomunicados por medio de celulares. La pantallita animada y los mensajes recibidos y enviados eran más importantes que disfrutar de un paisaje, de un viaje en colectivo y mirar los edificios, observar a los pasajeros, buscar una mirada cómplice, charlar con el que estaba al lado, levantar la vista y mirar los balcones y sobre todo el cielo, ese espacio celeste en el que estaba suspendida la tierra. Además, era un deporte en el que se perdía la noción del tiempo.
Las explicaciones dirán que estaban conectados las 24 horas a ese corazón de tecnología, que palpitaba en su haber para saber desde lo más banal hasta importante entre avisos de familia, de romances, de encuentros de trabajo, de las informaciones, de publicidad, de chistes y de chismes. Y como la función hace al órgano, la gente estaba encorvada como los escribas, como flores mustias, como los desahuciados con la cabeza gacha, y como todas aquellas profesiones que exigieron que hayan estado más cerca de sus trabajos o artesanías que de mirar de frente.
En ese cambio que trajo aparejado su invención social, luego de haber sido desarrollado para la guerra y sus contactos cifrados, fue para el hombre y la mujer de aquel siglo una tabla de salvación, que por su dependencia, llegó hasta ahogarlo en caso de perderlo. Como una busca huellas su sonar los aliviaba. Se sentía acompañado y seguro que existía para el otro.
Al hombre de aquellas época lo pintarán como un bebé que nació con el celular en su mano, porque ya desde el vientre materno las ondas le llegaron de los celulares de sus padres, el monitoreo ginecólogo, el electro para su evolución intrauterina e identidad de sexo, más los programas de televisión que escuchó sin entender nada y al parir su madre y respirar por sí mismo, ya sabía que otro telefonito iba a avisar si estaba despierto e iba a ser hamacado por una nodriza electrónica.
Érase un hombre a un celular pegado, así será la referencia del diccionario digital sobre el futuro sobre nosotros, el celular y el virus…
INVITADA
MARTHA WOLFF
Periodista y escritora