En un mundo en crisis económica, de industrialización al máximo para conquistar mercados de consumo, de gente que busca vivir en algunos casos y de otras de sobrevivir, de contrastes sociales abrumadores, Charlot, el personaje creado por Charles Chaplin, representa lo que estamos viviendo. Algo así como la actualización de Tiempos Modernos.
Ese vagabundo de chaqueta americana estrecha, pantalones anchos, chaleco, camisa blanca con corbata anudada, botines con suela de diario, bombín y bastón sigue millonésimamente buscando comida, trabajo y amor.
Los contrastes tienen que ver con la absurda señalización política entre la izquierda y la derecha, ambas manos que solo se juntan para rezar. Porque la izquierda soñó con darle a todos lo mismo menos a sus dirigentes, que viven como los de derecha, y los de derecha con la libertad como estandarte, tampoco resolvieron el problema de pobreza, ambos sistemas plagados por carenciados.
Cuando vemos a Charlot tratando de arreglarse como puede para conseguir trabajo, para el que nunca está preparado, que recibe siempre patadas en el trasero ante cada burdo intento de hacer algo para ganarse el pan, cuando de lo más ridículo inventa una comida como cuando hace sopa de su zapatos, cuando como un caballero intenta conquistar señoras de otra categoría social, cuando busca burlar a la autoridad con sus infracciones, cuando camina al estilo del Mal de San Vito por su hiperquinesia…todo esto y las infinitas escenas de su fracaso y humanidad están como nunca vigentes entre la multitud desocupada y hambrienta sin el humor de este personaje tan emblemático.
La derecha con sus logros ha sido la envidia de la izquierda con sus fracasos y las guerras siguen vigentes entre aquello que fue el teléfono blanco y el rojo, sumado el terrorismo musulmán, las guerrillas africanas, latinoamericanas, asíaticas y los reactores nucleares expectantes incitando a los migrantes a ir en busca de trabajo, alimento y libertad. Basta ver los noticieros para sufrir junto a los tratan de filtrarse a través de fronteras para encontrar un nuevo horizonte, a las mujeres con sus hijos cruzando ríos, a los que huyendo en miserables pateras han transformado al Mediterráneo en un cementerio de fugitivos, a los que son devueltos a sus países, a las mujeres violadas como arma de guerra para desmoralizar a sus hombres y mucho más.
Charlot bajo el ingenio de Charles Chaplin encarna a ese niño sufrido que fue y que supo pasar a la fama. Con su fortuna hizo dos cosas que lo retratan: se dedicó al humor con sabor a genio y denuncia a su manera, y a amar a las mujeres jóvenes y bellas, casarse con ellas, disfrutarlas un tiempo y luego indemnizarlas a cualquier precio. Así vagando como Charlot encontró a su última mujer con las que tuvo muchos hijos y fue muy feliz.
La era del macartismo de derecha lo señaló de izquierda y en el medio quedó flotando un hombre socialista que se atrevió a mostrar la verdad que media entre la riqueza y la pobreza viviendo en el país más desarrollado de la Tierra, la misma que dejó para radicarse en Suiza.
Todas estas contradicciones entre el progreso y la decadencia sigue el mismo juego que practican los que miran a Occidente y lo que lo hacen a Oriente. Juego de dominios, de poderes, de ideologías en las que siempre está en juego los hombres, mujeres y niños que son los que sufren y padecen los sistemas ineficaces para solucionar la vida de la gente.
Escribo esto al borde de las elecciones porque al escuchar a los dirigentes manejar cifras, estadísticas, propuestas, acusaciones y promesas deberían mirar más las películas de Carlitos Chaplin.
Al cadáver de Evita lo robaron y ocultaron para detener su mito, al de Chaplin para cobrar rescate y a Perón le cortaron las manos para crear confusión ante la democracia y seguir moviendo al peronismo. Al rescatar al de Chaplin, él que era tan ágil y vivaz, lo enterraron a casi dos metros de profundidad y Charlot vive.
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora