Nací mujer, argentina y judía.
Mis padres fueron inmigrantes. Mi padre ucraniano y mi madre polaca.
Mi familia de parte de las dos ramas fue diezmada por los pogromos y el nazismo.
El comunismo terminó de separar y controlar a los que pocos que quedaron.
Lo tíos que estudiaban no pudieron salir porque eran propiedad del estado.
De chica jugaba con las fotos de los que habían quedado o emigrado.
Lo que se escuchaba era que no se sabía si vivían o habían muerto.
Hubiera podido tener una gran familia, pero el antisemitismo de varias formas lo impidió.
Ancestral historia de odio, conquistas, conversiones, torturas y exilios condenaron a mi pueblo a la dispersión, desaparición, disgregación.
En la diáspora cada uno sobrevivió con dos mundos: el que dejó y el que adoptó.
El que dejó era el país que lo había recibido, en el que había vivido siglos o acogido y en el que tomó y aportó lo suyo para ser un ciudadano hasta que fue señalado y discriminado. Donde estuvo aprendió su idioma, costumbres, aporto lo suyo pero por ser judío lo consideraban siempre extranjero.
Con nacionalidades prestadas nunca renunció a su ser judío practicante o laico.
Ser judío lo ubicaba en otra categoría de refugiado o marcado como fueron
considerados parias.
5784 años de existencia como pueblo judío siempre estuvo presente Israel terrenal y en los éxodos fue el espiritual, esa tierra entregada por Dios a nuestro pueblo acosada, conquistada, detentada. Fue el lugar donde con o sin judíos siempre estuvo en sus almas y rezaron mirando hacia Jerusalén.
Israel como centro de pertenencia nunca dejó de serlo para los judíos.
Israel es la familia que no nos dejaron tener.
Con el movimiento político sionista cual un imán atrajo a los dispersos y se creó el Estado Judío.
Hacer aliá legitimó volver a la Tierra Prometida para luchar por ella.
Los judíos dejaron de vivir de prestado.
Israel se convirtió en una gran familia y el de Israel es de soldados y soldadas con los que tenemos un antiquísimo árbol genealógico con raíces viejas como el tiempo.
Israel es el encuentro con el pasado en un presente para poder vivir y morir como personas. Para tener un lugar de nacimiento y uno de sepultura como corresponde a la dignidad humana.
Los idiomas, el color de la piel, las comidas, los diferentes modos de rezos hablan del retorno a un idioma en común gracias a Ben Yehuda y el sueño hecho realidad de Teodoro Herzl de tener un país, y gracias a los idealistas que tomaron los implementos de labranza y las armas para defenderse.
Israel ante la masacre palestina de Hamas, del 6 de octubre pasado, volvió a sufrir el horror del objetivo del exterminio del pueblo judío. Los 15.000.000 de judíos del mundo sintieron que el tiempo retrocedió para dar paso a la locura del exterminio. Lástima que el pueblo palestino no usó a su gente para destruir a sus opresores que usaron el poder económico que les enviara la solidaridad para armarse y atacar con un nuevo Holocausto. Ellos sabían que el asesinato en masa que perpetrarían sería luego el propio y no tuvieron ni siquiera piedad con su propio pueblo.
En estos días de luto y lucha para los asesinos: ¡Ni olvido ni perdón!
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora