Jerusalem es terrenal porque es mundana y es celestial porque es sagrada.
Terrenal porque la vida cotidiana se mueve entre sus montañas y valles.
Su tierra es una alfombra de capas de conquistas que nunca terminaron de poseerla.
Piedras que ocultaron su fidelidad al pueblo judío.
Piedras que guardan la Historia Judía en sus entrañas y permanecen para contarla.
Piedras que por su solidez y propiedad fueron muros, fundamentos y testigos de todo lo que allí sucedió.
Piedras con memoria, piedras que hablan cuando se las quiere escuchar y adorar, acariciar y ser depositarias de secretos y revelaciones.
Piedras que fueron su pasado y que hoy son su presente sin modificar su patrimonio milenario.
Piedras que hablan el lenguaje de los comienzos de su fundación divina y que el hombre construyó con ella sus templos y sus hogares.
Piedras calizas que tienen 95.000.0000 millones de años.
Piedras precipitadas en el fondo de lagos y mares por acumulación de caracoles, formaciones, esqueletos de microalgas, animales marinos bajo la presión del agua y el calor.
Piedras que por esas provocaciones y reacciones químicas las endurecieron y terminaron formándola.
Piedras que fueron el cimiento de la religión judía, el tercer lugar sagrado de los musulmanes y el lugar donde fue enterrado Cristo.
Piedras que fueron numeradas por arquitectos como Moshé Safdie para reconstruir la Calle Jaffa del Barrio Mamila, destruido por las guerras del 48 y 67, para remodelarla y no adulterar su fisonomía.
Piedras también de sinagogas como la Hurba que muestra su pasado para no olvidar sus ataques logradas por Nahm, Meltzer.
Piedras para gritar en silencio verdades y sufrimientos.
Piedras que son caminadas por los que van a sus lugares de rezo y peregrinación dejando sus pasos apresurados sobre sus callejuelas laberínticas estrechas y conducentes.
Piedras sobre las cuales los hombres y mujeres visten sus ropas tradicionales y religiosas.
Piedras que absorben los aromas de comidas típicas, especies, aromas de vegetales y frutos cultivados entre el suelo fértil y el desierto.
Piedras que entienden idiomas internacionales y litúrgicos.
Piedras que conocen la paz y la beligerancia.
Piedras esculpidas por el viento, la lluvia, la arena y el tiempo milenario.
Piedras que caminan las lagartijas y donde se posan las palomas.
Piedras que brillan, piedras que lloran, piedras que por las piedras vivas de quienes las cuidan, las custodian y las convierten en una luz permanente de fe de almas cercanas y lejanas.
Piedras del Muro de los Lamentos que se suman a los cánticos, plegarias, pedidos junto a los judíos ausentes y presentes de ayer, hoy y mañana.
Piedras que fueron profanadas y piedras que fueron reivindicadas a su justo lugar y dueño cuando volvió a ser una Jerusalem reunificada en 1967.
Jerusalem es una ciudad terrenal y es un templo a cielo abierto más cerca de Dios que ninguna otra en el mundo.
¡Amén!
INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora