Santo en la Web y en la Red

26 de julio, 2024

MARTHA WOLFF. Llegó la hora de la verdad.

Señoras y Señores: “Como se dice respetuosamente antes de comenzar a hablar ante un púbico, que al igual al que se había concentrado frente al Cabildo en Plaza de Mayo, allá por 1810, querían saber, de qué se trataban las decisiones que se iban a tomar, si iban a seguir siendo súbditos de la Corona de España o ciudadanos libres”. Y la historia se repite, y somos esclavos, pero del coronavirus.

El mundo depende de un virus que produce una pandemia.  Los países se han preparado para las guerras, pero no para este flagelo. La fabricación de armas de guerra y las armas nucleares han costado fortunas y hoy ante este virus faltan hospitales, camas, insumos materiales y farmacéuticos, sobran drogas para aumentar la dependencia hacia la cultura de la muerte, pero falta la solidaridad universal para mejorar la calidad de vida de los habitantes de la Tierra. Las conveniencias políticas, sociales y religiosas traban al progreso mancomunado para darle mejor calidad de vida a los que se quedaron rezagados en el escalafón del derecho a vivir mejor.

La Naturaleza condenada por su explotación desmedida, viene protestando ante un mundo sordo, ciego y mudo. No fueron suficientes los bosques incendiados, los ríos contaminados, los mares infectados de basuras residuales industriales y por desidia del hombre, las inundaciones por los descongelamientos de los polos por el cambio climático, las plagas por capas subterráneas sin cauce hacia sus desobstrucciones con vías de desagote, y ahora el coronavirus que ataca a la respiración instalándose en su punto de intercambio entre el oxígeno y la polución ambiental, ahogando metafóricamente a los únicos seres racionales que habitan este planeta. Nos estamos quedando día a día sin pájaros, sin peces, sin crías, y sin poesía. Seguimos en la rutina de la velocidad y el consumo, olvidándonos que somos personas hasta que la máquina falla. Los campos de cadáveres, ante el egoísmo de creer que es al otro al que siempre le va a pasar algo, ya no tiene vigencia. Llegó la hora de la verdad, de saber quiénes somos, apenas uno más en la multitud del cálculo de probabilidades de caer enfermos, ahogados y sepultados.

Mientras ese proceso se viene acelerando día a día ante la virosis que hoy domina al mundo, de tal manera que ha superado a la economía, la cultura, las adicciones, los conflictos armados y a la lucha de la salud por conservar a la vida, es que nos vemos tal cual somos.

La variedad humana es un zoológico, en el que una vez que nos cierran las puertas para poder salir se exacerban nuestros defectos y debilidades, o se acrecientan nuestras cualidades. Desde lo físico a lo moral estamos a prueba de quien se salve independientemente de la voluntad propia y ajena, solo a disposición de un virus que nos elije. Se trata de algo parecido a las películas de ciencia ficción de la dimensión desconocida, del ataque de otros planetas y, sin embargo, es un ataque terrenal de un arma invisible que vive en la atmósfera, y que ha decidido sobre todo terminar con los mayores de edad. Una especie de venganza para contrarrestar el orgullo al que se había llegado por la prolongación de vida, como nunca en la Historia de la Humanidad.

Arrasada la gente grande, expuesta a morir, sucede cíclicamente por extraños mecanismos, para dar paso a una nueva generación, al mejor estilo de ecuación, en la que ya no hay tanto lugar para todos. Los relatos históricos y religiosos nos lo narran.

Llegó la hora de la verdad, porque recluidos somos nosotros mismos, con nuestros defectos y cualidades, y tiempo para aguantarnos o auto boicotearnos, por no consumir, consumo como la máquina de lo novedoso, para intercambiar dinero por productos, que en su mayoría son innecesarios. Tenemos el tiempo para vernos cómo somos, sin teñirnos, sin maquillarnos, sin tener que vestirnos como exigencia social a la moda, sin asistir a eventos sin importancia y es sí la hora de compartir con los hijos las horas impensadas, y de amar si se puede, sin riesgo de contagio a nuestros amores.

Frente a los televisores, con los celulares a mano, la radio encendida y los miedos a flor de piel, los sobrevivientes nos preguntamos, si seremos sobrevivientes del coronavirus, que por su nombre nos debería coronar y no matar.

INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora

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