Llega Iamin Noraim (nombre que se la dan a los días entre año nuevo y día del perdón incluyendo a ambos días) y como siempre un tiempo de reflexión, de balance y de deseos frente a la autoevaluación de mejorar como persona. Demasiada exigencia y demasiada promesas para lograrlo, pero vaya el sumarse a la introspección desde lo individual a lo colectivo judío para no olvidar que hay que perdonar y perdonarse ante la imperfección humana del error, de la mala intención, del desprecio, del odio y del equívoco pensamiento y sentimiento hacia los demás.
Pero en el caudal de los 365 días del año impregnados en trabajar, amar, seguir adelante, programar trabajo y vida compensa con lo que nos lleva a repensar nuestras vidas frente a los errores.
El Día del Perdón (Iom Kipur en hebreo) es uno de los más sagrados e interesantes de la religión judía porque por veinticuatro horas el hombre y mujer se dan cuenta de su insignificancia ante la magnitud de lo incomprensible, de la belleza, del misterio, de la sabiduría de la naturaleza. El despojarse la soberbia que nos envuelve, porque nos creemos más de lo que somos, nos permite estar más cerca de la comprensión de que somos finitos que vamos a morir, impotentes porque la racionalidad no nos asegura que somos infalibles y que somos imperfectos porque no todo lo podemos explicar.
Iom Kipur es el más conmovedor de los días del año en el que cada uno llega a sincerarse de las propias debilidades y fortalezas y cada uno es capaz de llorar por sí mismo. El elegir estar en un templo, más allá de la fe, junto a sus familiares y ser abrazados por el manto de oración es predicar desde lo familiar a lo societario un deseo de convivencia en paz y pedir otro año más de vida que no depende de nosotros, para disfrutar de ese regalo que se llama Vida.
¿Quién vivirá? ¿Quién morirá? Gran cuestionamiento ante la incertidumbre del destino y el tiempo.
Y a partir del rezo de Kol Nidré (declaración recitada en la sinagoga previo al comienzo del servicio vespertino de Yom Kipur) con el que comienza el sagrado día de Iom Kipur hasta el día siguiente en el que cierran las puertas del cielo para recomenzar a vivir con limpieza espiritual cuando en Neilá se encienden tantas velas para volver a tener luz, poder ver a todos abrazarse, besarse, estrechar manos que a la vez acarician, que se apoyan y rodean espaldas y hombros con cariño, afecto, acercamiento, amistad y familiaridad, se produce una atmósfera de fe y de deseo de un futuro para estar más cerca uno del otro. Son días de inmensa felicidad de comenzar a mirarnos en el espejo del alma con el mismo rostro pero con un alma aliviada de imperfecciones y dispuesta a mejorarse como persona y como sociedad.
Invitada
Martha Wolff
Escritora y periodista