A principio de año, Yésica Malabella tuvo a su hijo en el Hospital Evita, en Lanús. Su bebé nació después de que la mandaran a la casa varias veces, y murió enseguida. Hay una causa penal por “homicidio culposo” y otra civil en marcha, apoyada en la violencia obstétrica que sufrió.
Yésica tiene 38 años y es ama de casa. Fernando Cabral, su marido, tiene 42 y es chofer. Viven en Lomas de Zamora y son padres de tres hijos adolescentes. Ella no tiene prepaga y se hizo los controles en una salita de su barrio y fue porque le detectaron diabetes gestacional que empezó a atenderse en el Hospital Evita.
“Cuando llegamos, el jueves 2 de marzo, el hospital estaba de paro. Me llevaron a la maternidad y al rato salieron a avisarme que me pasaban para la semana siguiente. Venía el fin de semana largo y me dieron turno para el martes, no para el lunes, porque el lunes el hospital también iba a estar de paro”, cuenta.
Tras idas y vueltas de su casa al hospital, porque las médicas le decían que vuelva después, Yésica y su marido insistieron y por tercera vez volvieron a la guardia ese día de paro. A las dos de la mañana, les dijo que no daba más y les rogó que le hicieran una cesárea. Media hora después le rompieron la bolsa, no sintió el líquido caer por las piernas, y tuvo un parto seco con un desgarro.
“Cuando Valentín nació les pedí que me lo pusieran en el pecho pero se lo llevaron. Estuve una hora preguntando qué pasaba que no me lo traían, por qué no me llevaban a la habitación. Nadie me decía nada”. La médica que entró de madrugada no entró con el bebé: “Bueno, mamá, hicimos todo lo que pudimos”, le dijo.
Unos minutos después, le acercaron una silla de ruedas, la llevaron a otra habitación y le dieron a Valentín, fallecido, envuelto en una sábana blanca. La historia clínica dice que el bebé nació con una insuficiencia respiratoria aguda, neumotórax bilateral y que murió por síndrome de aspiración meconial.
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