Fue el peronismo el que me hizo antiperonista. Primero, los gobiernos bonaerenses peronistas que convirtieron a la provincia en la que crecí en un antro de asistencialismo, atraso, droga y miseria. Después, los Kirchner y su combinación de populismo económico, corrupción política, mediocridad militante y totalitarismo-débil. Finalmente, me hicieron antiperonista los peronistas no kirchneristas, quienes se apresuraron a aclarar que el kirchnerismo no era peronismo en tanto le proveían a Néstor y Cristina las mayorías parlamentarias con las que hicieron lo que hicieron con el país durante doce años.
Fue así que me puse a estudiar el asunto. Ya era bastante crítico de Perón y su legado, no voy a negarlo. Pero cuando empecé a escribir Es el peronismo, estúpido (2015)pensaba que el tono general del libro iba a ser crítico, pero-no-tanto, y que iba a tener que balancear mis objeciones institucionales y éticas con el reconocimiento de «los principios sociales que Perón ha establecido» y el famoso fifty-fifty de reparto de la riqueza entre empresarios y trabajadores. Nunca sucedió. A medida que avanzaba en la investigación, la cosa quedaba más y más clara. Los supuestos méritos históricos del peronismo se diluían a medida que investigaba. No había ninguna ley social o laboral importante que hubiera sido sancionada originalmente por un gobierno democrático peronista. Y lo del fifty-fifty no era más que otro mito impuesto por el método Goebbels: miente, miente que algo queda. Al mismo tiempo, los defectos y anormalidades peronistas se agigantaban con la investigación; en especial: el carácter de totalitarismo débil del primer peronismo y las complicidades entre Perón y los peronistas con el Partido Militar que les garantizaron por décadas el control político del país.
Abordar esa obra me hizo evidente que existía un factor evidente y distinto de la decadencia nacional, y no tenía que ver estrictamente con la sociedad argentina ni con la oposición. Era el peronismo, estúpido; y más concretamente, la alternancia entre el peronismo y el Partido Militar del que el peronismo fue a la vez el aliado y competidor belicoso — hasta 1983— y el elemento superviviente, de 1983 en adelante. Fue esa alianza conflictiva pero perdurable entre el Partido Militar y el Populista la que nos había hundido en el pantano a partir de 1930 y de 1943, cuando unos y otros dieron sus respectivos golpes de Estado y se transformaron en las dos fuerzas políticas dominantes en el escenario nacional.
La realidad es que durante los cuatro años que lleva publicado este libro no ha habido un solo intento de discusión de los tres puntos centrales en que refuta la Leyenda de la mejora rotunda de la situación de las clases populares, el fifty-fifty entre trabajadores y patrones y las leyes sociales sancionadas por el peronismo. Bueno o malo, este libro, que ahora presenta su edición corregida y actualizada, ayudó a desplazar la línea de lo que podía decirse del peronismo sin desinfectarse antes; sin ser linchado, luego, y sin pedir disculpas, después. Todo eso se acabó — no solo gracias a este libro, ciertamente— y hoy se habla del peronismo en el país con una libertad que por décadas nos estuvo vedada por la censura peronistamente correcta impuesta mediante zanahorias y garrotes de todo tipo. No es poco.

Invitado
Fernando A. Iglesias
Diputado Nacional por Cambiemos