Santo en la Web y en la Red

16 de abril, 2024

MARTHA WOLFF. Barbijo y malla. La última moda del verano.

Al borde de fin de año con la pandemia a cuestas pero con un halo de esperanza que vendrán tiempos mejores. Lo que está sucediendo, ante el poder salir con los protocolos establecidos y respetados, es que la gente salió del encierro. El haber estado incubando una nueva vida durante nueve meses para parirnos como nuevas personas y retornar a media máquina con la vida normal, es toda una hazaña. A pesar de los cuidados hay más movimiento en las calles que fueron la vía del silencio por tanto tiempo. También la energía que se contagia al caminar y saber que no éramos astronautas que pisábamos la Luna con cuidado por la falta de gravedad, que en nuestro caso terrenal era el contagio. Había miedo de encontrar una mina virósica, ya que todo estaba y está sembrado de virus Covid 19, para estallar en los pulmones y elevarnos por los aires para siempre.
Muñidos todos con esos pañales bucales colgados de las orejas, que nos protegen de la incontinencia invasiva de la pandemia pasamos a ser como monstruosos sin sonrisa, solo mirada con una boca sellada para impedir que ese enemigo invisible nos ataque, Sin haber sido los intérpretes de las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi, vivimos las tres estaciones y al borde la cuarta con todas sus variaciones. Estuvimos confinados mirando pasar los cambios climáticos como paisajes a través de las ventanas. Y ahora que la primavera se está despidiendo del año para darle lugar al verano, las ganas de recibir sol es una obsesión. Hay que darle vitaminas a los huesos y a la piel y en los parques ya están los adoradores de Febo dándole la cara y el cuerpo para broncearse. Y así como con gran sentido del humor se dice que una  así como la cebra es un caballo blanco que se apoyó en una verja recién pintada,  vamos que queda la marca del barbijo en la cara. Esto nos hace recordar que a veces en los vestuarios o en nuestras familias vimos a  alguna mujeres con malla de dos piezas con bandas tostadas  y las partes pudendas de tono lechoso,  otras con malla entera como si tuvieran un corsé color carne y los hombres de pecho y espalda dorados y de la cintura para abajo más blancos que la nieve y ahora con el agregado de  los rostros con la marca del barbijo. Una especie de maquillaje payasesco, de contraste entre la luz y al sombra.
Recuerdo en la playa a los vendedores ambulantes con los brazo negros de andar vendiendo al sol, a los colectiveros con uno solo quemado, el lado de la ventanilla, a los que andan vestidos con la cabeza tostada hasta el cuello y el resto de una palidez mortuoria,  a las mujeres vendedoras ambulantes con la marca de las blusas en sus escotes y muchas marcas más que el sol a dorado sus cuerpos de los que lo toman como el de los que trabajan bajo sus rayos. Y cuando veíamos a los japoneses con ellos nunca pensamos en toda la prudencia que encierra su sabiduría sanitaria  o a los que  ejercen la medicina como médicos y enfermeras y suponíamos que era para cuidarse, pero nunca que íbamos a tener que usarlos los terráqueos del universo. Este año va a ser el año del rectángulo facial con su marca entre nariz y boca para los que bajo el sol sacan a estirar las tabas, refrescar la osamenta  y respirar con filtro sin peligro.
Así el coronavirus  va registrando para el futuro museo de su pasado un ser humano que en la temporada de verano usaba malla y barbijo al estilo de lo que fue el Instituto  Di Tella con sus creaciones de vanguardia. Se lo recordará como el hombre con un bozal para no morir de rabia e impotencia y salvar su pellejo a cambio de sobrevivir a distancia prudencial.


INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora

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