Santo en la Web y en la Red

26 de julio, 2024

Martha Wolff. Burocracia estatal y corrupción son eternas realidades.

La ópera “El Cónsul”, de Gian Carlo Menotti, escrita en 1950, que se está representando en el Teatro Colón, es  además de todo el mérito  de su puesta en escena, interpretación,  voces, escenografía y la orquesta, es una denuncia eterna a la burocracia estatal y su corrupción.

El autor ubica su texto en la Segunda Guerra Mundial, que puede ser la Primera y la última que estamos viviendo. Pero su inquina fue puesta en los sistemas dictatoriales que actúan sobre los enemigos de turno, en este caso los inmigrantes sin visas  o simbólicamente a los opositores políticos, etc., para atraparlos, deportarlos o asesinarlos o  torturarlos para que denuncien a sus pares. Así el odio organizado desde arriba genera acoso y miedo corrosivo  enfermando a familias enteras y  contagiando a la sociedad.  El estalinismo, el nazismo, el fascismo fueron artífices de esas metodologías no solo por las persecuciones si no con sus matanzas y controles de documentos que respondían a nombres, apellidos, nacionalidad, religión, ocupación  y pertenencia al partido dominante. Los que estaban ilegalmente eran presos de indagaciones sin esperanza de visas para salvarse.  Sus destinos fueron crueles al querer huir mientras otros con dinero y  privilegios políticos lograban salir como personas y no como fugitivos a través de fronteras clandestinamente.

El cónsul de esta obra es un ejemplo de putrefacción de los derechos y obligaciones de la Justicia en manos de gente aliada al poder y no a las leyes para cumplirlas. Están presentes en el manejo de los  permisos para salvar vidas, la presión de la policía que comparte veredictos  ejerciendo la obediencia debida al tirano de turno. Este mecanismo viejo como el tiempo en la elección de quién se salva y quién sucumbe ha sido la infinita suma de condenados a ser desde esclavos a ciudadanos del mundo en busca de no discriminación, paz, trabajo y seguridad de sus familias.

En un acto de este drama sucede una escena inolvidable. Tiene lugar en la oficina de un cónsul en la que de un lado está una empleada en su escritorio y del otro los que esperan el resultado de sus trámites. Están los que obtienen su salvoconducto felices ya sea por acomodos, por soborno o por partidismo y están los que solo tiene esperanza de encontrar libertad. En el mercado de las especulaciones los desahuciados solo les queda protestar. La que lo que hace en esta escena es una mujer cuyo marido ha escapado, su hijo y suegra han muerto y solo ella espera el reencuentro con él. Al serle denegada su visa como protesta monologa irónicamente sobre el infernal papelerío al que debe llenar y al que siempre le falta algo con el agregado de que seguro le sería rechazado. Y en su protesta repite y repite sus datos harta de escribirlos, de tener los ojos grises de nada, de desilusión  por la falta de humanismo con el que deben cumplir los consulados ante los   que claman salvarse. En medio de ese clima un mago con sus malabarismos logra un clima de magia para evadirse de la realidad.

Esta ópera de denuncia, de protesta, de juego burocrático entre la vida y la muerte  de los seres del desencuentro que ya no creen en nada, de familias separadas, de hijos en peligro, de amores desencontrados, de duelos de manos de funcionarios criminales que siguen paseando por la alfombra roja y mueren en la cama.

Bravo por volver a poner en escena una ópera que es una radiografía y fotografía de cómo funciona el mundo de la administración del Estado y del poco valor de las personas.

INVITADA
Martha Wolff
Escritora y periodista

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