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9 de diciembre, 2024

Martha Wolff. Holodomor. El genocidio ucraniano.

Para mi libro “Todos juntos se escribe separado” en el año 2020, he realizado entrevistas a representantes de Armenia y Ucrania que padecieron dramas discriminatorios precedentes al Holocausto. Ante lo que está aconteciendo hoy entre Ucrania y Rusia traigo a la memoria lo sucedido entre los años 1933-1934 testimoniado por el Arq. Jorge Miguel Danylyszyn, Presidente de la “Asociación Ucrania de Cultura Prosvita”.  En esa sede hay un museo que recuerda la hambruna ucraniana de los años 1933-1934 en los que documentos y fotos atestiguan lo padecido durante el stalinisimo y que guarda similitud con la hambruna en los campos de concentración nazi.

Jorge Danylyszyn contó: “Soy Presidente de la “Asociación Ucraniana de Cultura Prosvita”, AUC PROSVITA en la República Argentina y Vicepresidente Regional del Congreso Mundial Ucraniano. Llegué a Prosvita de la mano de mi padre, Miguel Danylyszyn, quien durante años fue activo integrante, su presidente y a partir de 1952 presidente honorario. Había arribado a la Argentina en 1927 en búsqueda de mejorar su condición económica y con la convicción que retornaría a su Ucrania natal. El comienzo de la segunda Guerra Mundial se lo impidió.

Prosvita significa educar, iluminar, enseñar. Fue una asociación creada en 1968 por un grupo de intelectuales en Ucrania. Los inmigrantes que llegaron a la Argentina la importaron tempranamente, allá por 1910, imitando los salones de lectura que existían en las aldeas ucranianas. Este proyecto fue encabezado por el reverendo Padre Jaroslaw Karpiak, en la provincia de Misiones, quien con un grupo de colonos la recreó en la Ciudad de Apóstoles. El objetivo era volver a tener esos espacios fundados en Ucrania por la intelectualidad, para sacar al pueblo del ostracismo al que había sido llevado por los sucesivos imperios, para poner en evidencia la cultura del pueblo y revivir el idioma ucraniano prohibido por la dominación polaca y rusa.

Ucrania, como nación, siempre estuvo expuesta por su ubicación estratégica en Europa, a ser un país de paso, a las conquistas de Oriente a Occidente y viceversa, como los bárbaros, tártaros, moscovitas, austrohúngaros, polacos, rusos imperiales, nazis y rusos soviéticos dejando su impronta. Geográficamente está ubicada en el límite entre Occidente y Oriente. Era y es un país muy rico, de tierra negra fértil, de reservas minerales, de clima suave y templado. Es el segundo país europeo en términos de superficie con una población  de más de cuarenta millones de habitantes. Los nazis maravillados con esa tierra la cargaron en vagones para llevársela a Alemania. A comienzos del siglo XX los ucranianos como otras naciones no tenían estado. En Europa Central y del Este las tierras estaban divididas entre el imperio austrohúngaro y el ruso.

Luego de la revolución de 1917, la URSS controló el 80% del territorio ucraniano, con veintidós millones de habitantes compuestos en su mayoría por campesinos y una minoría intelectual que planteaba la necesidad de luchar por un estado y una economía independiente. En el campesinado ucraniano estaba representada la cultura, el idioma, las tradiciones y las fiestas autóctonas y para los soviéticos eran el núcleo del nacionalismo que había que dominar. En vísperas de la primera guerra mundial, Ucrania era reconocida como el granero de Europa. Recogía el 43% de la cosecha mundial de cebada, el 20% de trigo y el 10% de maíz y su exportación era de interés para Rusia. En 1917 la revolución ucraniana tuvo varias “Proclamas Universales” y el 22 de enero de 1918 tuvo lugar la “Cuarta Proclama Universal”. 

La República Nacional de Ucrania se declara estado independiente, libre y soberano. El 22 de enero de 1919, junto con la República Democrática de Ucrania Occidental, anunciaron la unidad de los territorios ucranianos que fue reconocida por la República Argentina como estado independiente en febrero de1921.

La República Democrática de Ucrania no resistió al avance del ejército bolchevique. Se impuso la dictadura del proletariado y Ucrania pasó a ser la República Socialista Soviética de Ucrania, RSSU, con capital en Járkov. En la Ucrania ocupada se nacionalizó la industria, se ilegalizaron las empresas privadas, se racionalizaron los alimentos, se cerraron fronteras y hubo movilización laboral colectiva, deportaciones a Siberia, cárceles y fusilamientos que fustigaron a la población. En la Ucrania Occidental imperaba por entonces la dominación polaca y con ella el intento de llevar adelante un proceso de asimilación y colonización intensivo, prohibición de la enseñanza del idioma ucranio y acciones punitivas contra cualquier intento de identificación nacional propia. El acto de unificación de las tierras ucranias en 1919 significó la materialización de las ansias históricas del pueblo ucranio de un estado libre, soberano, independiente, la consolidación de la voluntad étnica y territorial y el establecimiento definitivo de una dinámica nacional y creación de un estado independiente.  

Es en esos tiempos se produce lo que conocemos como segunda inmigración ucraniana a la Argentina (período entre guerras mundiales). Las migraciones ucranianas desde fines del siglo XIX hasta la primera guerra fueron por razones económicas por eso se la denominó “migración económica”. El estallido de la Segunda Guerra les impidió volver a su país de origen. La inmigración que arribó después de la guerra se la conoce como “migración política”. Ya en los años ’90 la Argentina firmó un convenio con Ucrania que permitía la llegada de la cuarta migración postsoviética, que duró mientras existió la relación 1 peso = 1 dólar, más el visado libre hacia Norteamérica que convirtió a la Argentina en país “de paso” para algunos de ellos. 

Hasta aquí fue un panorama socio político de los ucranianos que llegaron a este país. Ahora voy a hablar a nivel familiar. Mi madre, Rosalía Bojczuk, llegó en 1932 a Buenos Aires. Era menor de edad y fue retenida por un juzgado en el puerto hasta tanto una tía que ya residía en Argentina, se hizo cargo de ella. Mis padres se conocieron en la “Asociación Prosvita”. Allí se reunían, mitigaban los problemas de la vida del inmigrante, recordaban sus costumbres y practicaban sus tradiciones. Era el espacio donde se llevaba a cabo la vida cultural, se recibían los periódicos, había una biblioteca y coro, se representaban obras teatrales, se organizaban bailes y se celebraban las festividades religiosas. Ellos se sentían felices en este país que les había dado la oportunidad de trabajar, de educar a sus hijos y progresar, de haber encontrado trabajo, de poder enviar a sus hijos a la escuela pública y además la libertad de seguir siendo ucranianos a lo que le sumaron las costumbres argentinas.

En los años ’30 Ucrania estaba dividida entre Polonia y la Unión Soviética. Fue cuando Rusia con la intención de hacer desaparecer al pueblo ucraniano, usando como herramienta el hambre, perpetró lo que se llamó Holodomor, el genocidio ucraniano, palabra compuesta por los términos Holod – hambre y mor – matar, entre los años 1932-1933. Su accionar asesino fue el retiro de alimentos, cierre de fronteras, listas negras, apoderamiento de granos para siembra, expropiación de bienes y maquinarias, joyas y dinero, prohibición de extender pasaportes. Estas y otras crueles medidas produjeron la muerte de millones de ucranianos entre los cuales un tercio fueron niños. Hubo pueblos cercados por patrullas y confiscados sus alimentos y hasta el último grano o semilla. Tuvieron que comer perros y gatos, hubo canibalismo. Ucrania Oriental fue convertida en un gueto. Fueron condenados al hambre por no haberse sometido a la dictadura y a la dominación bolchevique. Actualmente se conoce y difunde el drama Holodomor debido a la apertura de archivos que ponen en evidencia la verdad sobre los hechos ocurridos y de los numerosos levantamientos de campesinos que sufrieron arrestos, deportaciones y fusilamientos. Mientras estos acontecimientos tenían lugar, la URSS negaba su existencia, rechazaba toda ayuda internacional y exportaba trigo y otros cereales cuyas ganancias permitirían armar la industria soviética de guerra.  Lo terrible fue que el stalinismo dejó morir de hambre al pueblo ucraniano, con las reservas que había de 1.000.000 de toneladas, hubiera sido suficiente para alimentar a cinco o seis millones de personas. Fue n asesinato masivo intencional. Ucrania, con su voluntad independentista, era una amenaza para los planes de Rusia y el modelo soviético.

En ese tiempo se atacó y eliminó a la elite intelectual, la burguesía nacional y el campesinado independiente, llamados despectivamente kurkuly que se oponían a su integración en los koljoses, como denominaban a las granjas colectivas. Instauraron los torhsyn, tiendas del estado que recibían oro, plata y todo elemento de valor a cambio de alimentos. Ucrania era en ese entonces rica en trigo, metales, carbón, sal, etc. La caída de la productividad endureció las medidas y se aplicó mayores cupos y multas. Fue la época en que se establece lo que popularmente se conoce la Ley de las cinco Espigas que condenaba al campesino por tomar alimento de la producción de su tierra expropiada. Era un círculo perverso en el que las brigadas de requisa actuaban junto a los miembros del Komsomol, organización juvenil del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). La hambruna fue utilizada como una herramienta para el exterminio en masa de los ucranianos provocando cambios psíquicos y morales en la memoria de nuestro pueblo que perduran aún hoy. La mayor parte de los inmigrantes que vinieron a la Argentina no provenían de la Gran Ucrania, la parte dominada por Rusia. La mayoría vinieron de la Ucrania Occidental, de la región de Halychyna en Galitzia, que es la aledaña al límite con Polonia. Por ese motivo muchos no dieron testimonio en nuestro país, al realizarse los actos recordatorios del 75ª Aniversario del Holodomor.

Los acontecimientos en Ucrania se reflejaron en la prensa de Buenos Aires en las páginas del periódico Ukrainske Slovo, palabra ucraniana que editaba nuestra “Asociación Prosvita”. Con esa publicación no solo la gente se informaba de lo que estaba sucediendo sino también de la negativa del régimen ruso de aceptar recibir ayuda humanitaria. Con la caída de la Cortina de Hierro este tema adquirió mayor notoriedad junto a la independencia de Ucrania declarada en 1991. Los ucranianos y el mundo pudieron saber lo que por años había permanecido prohibido.  El retiro de los archivos secretos de Berlín Oriental a Moscú habla de la imposibilidad de acceder a los mismos y eso es discriminación. La verdad es que la intencionalidad rusa era querer hacer desaparecer al pueblo ucraniano de la superficie de la tierra.

Los ’60 y ’70 fueron años que se caracterizaron por una actividad comunitaria de una pequeña inmigración política que arribó a la Argentina entre cuyos relatos están los de mi suegro, Basilio Markowicz, quien luchó en el “Ejército Guerrillero Ucraniano”, UPA, o el de mi suegra, Catalina Pastuch, que muy joven fue llevada como mano de obra esclava a Alemania por los nazis. Lo que quiero decir es que nuestras vidas siempre estuvieron cruzadas por relatos y vivencias duras a causa de la política.  Son historias que a los ucranianos les tocaron vivir como por ejemplo que nuestros mayores no hablaban de sus historias personales o sobre sus familias en la Ucrania ocupada.  Nuestra relación era lejana o desconocida con los que habían quedado allí. En mi caso yo no conocía mis abuelos ni a mis tíos. Sin embargo, era una obligación el envío de unas breves líneas de salutación para fin de año en postales con simples bordados, sin figuras cristianas, consideradas peligrosas por la censura bolchevique. Recuerdo cuando recibíamos noticias como la que decía “Esteban había muerto de la misma enfermedad que su hermano mayor”, código que significaba que lo habían asesinado. Era una contraseña que tenían nuestros mayores para enterarse de las malas noticias. La tristeza de mamá o papá era evidente. Los menores estábamos ajenos a esos sucesos. Si la noticia era que falleció la abuela o el abuelo, no era un sentimiento profundo, eran personas que no conocíamos, que aprendimos a querer a la distancia. También cuando adoptábamos a un amigo de nuestros padres como “el tío” cuando en realidad no existía parentesco alguno.  El tener que emigrar forzadamente quebró la unidad familiar. Con el tiempo esa falencia se hizo presente al ver con envidia a los abuelos con sus nietos, lo que para nosotros fue un derecho denegado. Con esas ausencias nos criamos. También a través de nuestros padres conocimos los traumas de la discriminación. Como cuando a mi madre la obligaron a estudiar el idioma polaco y no el idioma materno, solo practicado en casa. El objetivo era asimilarlos, integrarlos, borrar a un pueblo, una nación que tenía su idioma, sus tradiciones y su cultura. Obviamente todos estos acontecimientos marcaron a aquellos que participábamos de pequeños en el ambiente de la comunidad y particularmente en mi caso en la “Asociación Ucrania de Cultura Prosvita” en la que mi padre participó desde su llegada a la Argentina. La institución se creó en 1924 y funcionó en habitaciones de conventillos donde habitaban los inmigrantes a su llegada a la Argentina. En la avenida Canning, en las calles Lavalleja, Aráoz, Valle y Gurruchaga funcionaron las primeras sedes hasta que finalmente, en el año 1945 se adquirió un inmueble en la calle Soler 5039 en el barrio de Palermo. Era una típica casa “chorizo” con una quinta aledaña. En algunas habitaciones funcionaba la institución y otras se alquilaban para el mantenimiento. En 1955, en lo que fuera el jardín o quinta, se organizó un patio con escenario con una cubierta de lona que funcionó como salón de actos y reuniones. Los inmigrantes y sus familias se juntaban para sociabilizarse. Al comienzo, ante la ausencia de una iglesia propia, era también el espacio de reflexión religiosa cuando venían los sacerdotes ucranios de la provincia de Misiones. 

La iglesia Greco católica comienza a desarrollar su actividad en 1947 y en 1948 fue bautizado el primer templo en la avenida Curapaligüe 760 de la Capital Federal. Luego se construyó la catedral en la calle Ramón L. Falcón 3960, sede del “Exarcado de la Iglesia Grecocatólica ucraniana” y actualmente es la “Eparquía Santa María del Patrocinio en Buenos Aires”.

Pero retornemos a la actualidad. A la institución asisten hoy en su mayoría descendientes de los inmigrantes de las distintas olas migratorias, también algunos pocos inmigrantes llegados en los años ’90. Continúa siendo un espacio en el que se pueden practicar las tradiciones, estudiar el idioma, danzas folclóricas, canto o la interpretación del instrumento nacional, la bandura (*1), degustar una comida típica en el buffet o incorporarse a algunas de las actividades.

Es en este marco es que la Comisión Directiva creyó conveniente reasignar el espacio en el que funcionó originalmente la “Cooperativa de Consumo Fortuna”. Había que rescatar la biblioteca que desde los comienzos tuvo la institución. Ese espacio debía contener no solo los libros sino documentos u objetos relacionados con la actividad de nuestra comunidad en la Argentina. Un mini museo en el que pudiéramos depositar colecciones particulares de libros, publicaciones, programas, fotografías, inclusive implementos agrícolas que trajeran los inmigrantes a la Argentina. Como dirigentes nos encontramos con casos de descendientes que desconocían la historia de sus ancestros. Ante el interés de investigadores de Ucrania y otras diásporas pusimos a disposición la historia de nuestra comunidad y de colecciones privadas que fueron donadas para su estudio y divulgación. Es así que se recupera y digitaliza la totalidad de la colección del periódico “La Palabra Ucrania”, Ukrainske Slovo, que editara nuestra institución desde 1928 hasta 2010. A su vez también los anuarios de la institución, Kalendari, que por iniciativa de mi padre comenzaron a publicarse desde 1934 hasta 1983. Había en nuestras casas fotos, objetos, libros de familia y numerosas cosas que hacían a la historia de los ucranianos y que debían disponerse en un único lugar para preservar la memoria. Hacía falta un espacio para guardar los libros en nuestro idioma, el archivo institucional, depositar las viejas fichas de socios y donde recibir las donaciones.

Con todos estos antecedentes se generó el “proyecto Prometeo”, que obtuvo del Ministerio de Cultura de la Nación, una ayuda económica que dio comienzo a las obras de remodelación de un pequeño espacio destinado a contener esta idea. El centro de divulgación al cual llamamos biblioteca, es en realidad un archivo, una exposición de artesanías, de implementos agrícolas y de todo aquello que esté relacionado con la Comunidad Ucrania de la República Argentina que tal vez sea el embrión del futuro Museo Ucranio de Buenos Aires. Esperamos inaugurarlo el año próximo para luego proceder a la clasificación sistemática de los elementos. En ese espacio tendrán lugar las colecciones itinerantes que prepara nuestra institución. Holodomor es una exposición profundamente dolorosa. Fue concebida para educar y para que acontecimientos similares nunca más vuelvan a suceder. Pero en honor a la verdad, la humanidad nunca aprendió de lo sucedido. Si hubiéramos conocido sobre el genocidio armenio no hubiera existido el Holodomor ucraniano ni la Shoá judía. Asesinaron armenios, asesinaron ucranianos y asesinaron judíos y se sigue asesinando masivamente por política, por religión y raza.

De hecho, hoy Ucrania, en el este, transita una guerra en la que ya hay más de catorce mil muertos, un millón y medio de desplazados y la prensa del mundo calla. Me refiero a la invasión a Crimea por Rusia, que se basó en un seudo referéndum llevado a cabo después de una invasión militar que no permite a la gente vivir en paz. Pero repito que la humanidad no aprende. Ucrania declara su independencia en 1991 y años después se desarma y entrega su arsenal nuclear a Rusia, que es una de los estados que se comprometió a garantizar la integridad territorial y la seguridad de sus fronteras. Y Rusia hoy invade, aporta material armamentístico, mata, avasalla políticamente para mantener su zona de influencia impidiendo la integración europea de Ucrania.

Para recordar el Holodomor, el cuarto sábado de noviembre de cada año, encendemos una vela cerca de las ventanas, como símbolo de la memoria de los muertos en la hambruna. Algunos estados ya han reconocido oficialmente como genocidio el Holodomor, sin embargo, son muchos los estados que todavía no han adoptado una postura respecto a este tema y también soportan la presión que ejerce el estado ruso para evitar este reconocimiento. En Argentina se llevó a cabo una importante labor para el reconocimiento “como genocidio”. Un paso importante fue la labor auspiciada por la “Subsecretaria de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, cuyo fruto fue la publicación de una trilogía sobre genocidios en el año 2012: La Shoá, el Genocidio Armenio y el Holodomor con difusión conjunta permanente.

Para terminar mi testimonio quiero dejar dos frases que me conmueven y que están publicadas en la dedicatoria a nuestra tragedia: “Cada persona es un universo con el que se nace y muere; bajo cada lápida yace una historia del universo” escribió Heinrich Heine. La otra frase la dijo el Primer Presidente de Ucrania de 1928 – Mykhaylo Hrushevsky: “La memoria es una fuerza. A través de la memoria histórica una persona se convierte en un individuo, un pueblo se convierte en una nación y un país en un estado.”

*1 instrumento ucraniano de cuerda pulsada

INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora

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