Santo en la Web y en la Red

26 de julio, 2024

MARTHA WOLFF. Hoy todos somos Robinson Crusoe.

Recordando el libro que de niños leíamos sobre Robinson Crusoe, lo que imaginábamos, hoy es una realidad. Vivió solo, en una isla, hasta que mucho después descubre que hay nativos que practican el canibalismo, rescata a un condenado, que termina siendo su amigo. Entre todo lo que aprendió y tuvo que ingeniárselas para no morir, también la fe fue su aliado. Es bueno recordarlo porque hoy estamos en presencia de millones de “Robinson Crusoes” que están haciendo lo mismo en sus hábitats y rescatando a su entorno frente al coronavirus.

En estas horas que marca el reloj, pero que son desafiadas por nuestros relojes biológicos, con habilidades desarrolladas en el cautiverio para no morir en el intento, estamos viviendo un desafío de nosotros mismos y de nuestras capacidades. Hablar de solidaridad, es comprobar quién es quién en el hogar, en donde vivimos, sea departamento o casa, en el barrio, en la ciudad, en el país, en el mundo.

Darnos cuenta que estamos enjaulados, siendo los animales racionales que somos, y los irracionales sueltos, es de ciencia ficción. La reclusión ha dejado a la fauna y flora libres en el territorio de las personas, insectos, reptiles, pájaros, bípedos y cuadrúpedos, dominados por el hombre que se adueñó de sus lugares, antes habitados por ellos. Hoy el silencio los invita a volver al lugar donde todo era antes reino de la civilización. Hoy es la hora de su retorno porque nadie los espanta, los fumiga, les pone vallas ni los encierra en zoológicos. Los animales ya no son los que entretienen si no que se entretienen, cambiando sus roles. Los patos, creyendo que las piletas de natación son lagos, que las rutas son caminos para transitar por burros, caballos, cerdos y ciervos, que las hormigas pueden abastecerse a su gusto para el invierno, que los pájaros son dueños de los cielos, que los peces pueden nadar en aguas no contaminadas sin residuos industriales, que las cucarachas no son perseguidas por aerosoles para exterminarlas, que las ratas salen de las capas subterráneas a buscar comida en los tachos de basura sin tener que huir, que piojos, moscas y demás pueden atacar a su antojo. Pero ellos también tienen que sortear un nuevo enemigo, que es la lavandina y el alcohol, armas de sus antiguos dominadores para matarlos, junto al enemigo número uno que es el coronavirus.

Robinson Crusoe tuvo como compañía un loro, y los humanos tienen perros con los que conviven, a la hora de las necesidades los atan para que no se les escape su propiedad privada del cariño, si tienen gato para acariciarlo a su antojo, y si se suma el canario en la jaula para que le cante con sus trinos. Todos estos ceremoniales practicados como rituales, para tener un trozo de naturaleza animal en sus hogares, ante tanto individualismo. Porque entre los auriculares, las computadoras, los celulares y la televisión, el vecino no existía, hasta que llegó la reina de los virus, para darse cuenta que existen muchas cosas. Ha nacido una nueva amistad, que se llama solidaridad, que tuvo Robinson Crusoe y se las tuvo que arreglar solo.

Cuando escucho que la gente encerrada en sus casas a determinada hora salen a charlar entre ellos, a cantar, a tocar instrumentos, a poner música a todo volumen, a darse los nombres, número de teléfono, recetas, consejos y advertencias pienso que algo nos ha cambiado la vida, y es saber que al lado, enfrente, abajo y encima de donde vivo, hay personas con valores que se agudizan con esta crisis, y otras que sacan a relucir sus miserias.

De ahora en adelante la toma de conciencia entre los imprescindible y lo necesario, pasa para dejar de lado lo superfluo y lo consumista inútil, que no da felicidad, pero satisface ansiedades estimuladas por los medios de comunicación.

De ahora en adelante ha crecido el amor entre las familias, porque el tiempo, esa medida de vida que no se cotiza en la Bolsa de Valores, ha estrechado los vínculos y los conocimientos mutuos.

De ahora en adelante lo más importante es la vida.

Hoy somos todos Robinson Crusoe.

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