Santo en la Web y en la Red

26 de julio, 2024

Martha Wolff. La vejez y el desgaste no son gratuitos.

Llegar a ser mayor de edad, vieja o viejo, es igual a seguir viviendo con el desgaste de los años. Es ser una o uno mismo y otra u otro a la vez. Según pasan los años, sin darnos cuenta, la vejez se fue convirtiendo en nuestra propietaria. Se fue instalando gota a gota, día a día, año a año, hasta mostrarnos en el espejo una imagen agrietada, canosa y real de nuestro tiempo de vida. Y como todo proceso, el tiempo marcó su tiempo en el cuerpo, en el alma y en la memoria. El desafío cotidiano es seguir sin claudicar disfrutando lo sembrado y recogiendo los frutos.

Llegar a ser mayor de edad es un mérito si en parte fuimos planificando nuestro futuro para envejecer con conciencia de que la vejez llega más allá de nuestro deseo o tomar conciencia que es una estación como las de Vivaldi, pero de vida. Hay muchas maneras de envejecer hoy y diferentes formas de encararla. Una es no ser el modelo de viejo que la sociedad impuso de un cuidado excesivo para que no se rompa como un cristal. Hoy los mayores no son los ancianos de las mecedoras, el chal a crochet para las mujeres y las pantuflas para los hombres, sino una vida casi normal encuadrada en reducir exigencias y escucharse cuando algo dice hasta aquí todo okey. Esa voz que habla y enseña, que hay que bajar  la velocidad de objetivos,  que hay que escuchar a pesar de  la sordera, que la vista enturbiada no sea una ceguera. También es aceptar que estar sola o solo no es no tener deseo de estar acompañado sino una realidad, así como comer lentamente porque se tiene adminículos artificiales para ayudar a masticar, el dormir más porque la siesta es reponer energía, y mucho más. Todo esto siendo parte de una sociedad puertas adentro.  Puertas afuera es la que anda por las calles, cafés, centros de jubilados y los fines de semana en familia.

Nada de todo fue obra de la magia. Hubo una revolución silenciosa de la gente grande de querer gozar sus años sin restricciones ni prejuicios. Hoy esa capa etaria es una enorme parte de la humanidad por prolongación de vida debido a las mejoras sociales, alimenticias, científicas y retributivas en algunos  países por sus buenas jubilaciones. Son un fenómeno de supervivencia no calculado a la que nadie le pregunta nada y todos opinan. Son personas con derecho a alegrarse de su status, de amar y ser amados, y sobre todo respetados.

Vivimos en un mundo apresurado en el que el tiempo de ser es el tiempo de hacer y tener. El de los que envejecen es el tiempo de ser y poco aprovechado por programas gubernamentales. Tanto hombres como mujeres después del retiro de sus empleos por décadas están capacitados para enseñar a las nuevas generaciones,  más respetados y capitalizadas sus experiencias.

Hace mucho que  pienso que vivimos en un mundo que niega la ley del desgaste de los mayores al decir que son una gran erogación para el Estado y el mundo porque nunca sucedió en la historia de la humanidad tanta prolongación de vida que se manifiesta por las jubilaciones a pagar y coberturas sociales. Hubo y hay diferentes reacciones ante la vejez como sucedió con la pandemia del COVID en la se vacunó primero a los niños, porque representan el futuro y los mayores el pasado.

Pero la vejez llega, no hay que ser negacionista ni pesimista. Los años pasan y el espejo nos devuelve lo que se cobra el cuerpo, la salud, las arrugas y las canas mientras seguimos vivos con tiempo de descuento hasta que el destino diga basta. Retrocediendo a la infancia tenemos las fotos de los abuelos, de aquellos de los cuales nunca pensamos que también íbamos a ser nosotros. Eran abuelos.

Como  mujer recuerdo a mis abuelas. Para mí eran abuelas y nunca imaginé que yo pudiera llegar a ser como ellas. Las abuelas eran las madres de mis padres y punto y aparte. Lo que sí supe es que se murieron y que de ellas me quedó algún parecido. Cuando las vuelvo a ver en mis pensamientos con sus rostros arrugados, con zapatillas por los dolores de pies y deformaciones como los juanetes o la artrosis, para mí eran problemas de ellas, como sufrir del corazón y caminar con bastón. Era un idioma que no llegaba a entender hasta que envejecí y las comprendí.

Otro capítulo de la novela propia que también comprendí es la es que los hijos se van, los abuelas y abuelos se mueren y las viudas y viudos quedan solos. Como una calesita al que le toca sacar la sortija  se vuelve a revivir escenas familiares con respecto a los abuelos. Como por ejemplo cuando nosotros, los nietos, y nuestros padres iban a visitarlos. Luego cada uno iba a su casa y nunca me cuestioné si comían solos después de haber estado alimentando a los suyos. A los abuelos se los iba a buscar para dar una vuelta y luego cada uno a su casa.

Con este pequeño resumen de cómo nos cambia la vida a medida que tenemos vida a pesar de los años, me pregunto ahora, cuando veo a mis hijos y nietos ayudándome a hacer trámites, a manejar la computadora y el celular, a colaborar haciendo mandados, acompañándome a dar una vuelta para ventilarme… si alguna vez calcularon el tiempo y dedicación que nosotros los adultos mayores puso en cada uno de ellos.  Así los bebés se convierten en  hombres y mujeres, los nietos en jóvenes, en estudiantes, en profesionales y luego en  parejas y nosotros los mayores apoyándolos siempre en sus proyectos y en sus amores.

 Para calcular el desgaste que llevó llegar a ser viejo se debería  calcular el promedio gastado entre energía y fuerza puestas en marcha o sea el desgaste del cuerpo como vehículo hacedor de todo lo concerniente al servicio de atender familia, casa, trabajo  o profesión. Con los avances de la tecnología, ya debería haberse inventado un aparato que marque la cantidad de material humano que se fue consumiendo y dio por resultado arrugas, várices, enfermedades cardíacas, intestinales y emocionales. Todo está a la vista. Cuando a la gente mayor nos miran los cuerpos vencidos, las piernas hinchadas, los pies problemáticos, con dificultades para respirar y caminar, bajo cuidados alimentarios y problemas de deglución, vista, escucha y atención…los hijos y los nietos piensan que la vejez es una enfermedad.  Por otro lado  los  envejecidos deseamos que algún día no olviden que fuimos sus  pilares y sus fuentes de abastecimiento.

Pienso que habiendo un Ministerio de Economía se podría pensar  en algunas estadísticas  para recuperar el ego como cuántos changuitos acarrearon las señoras como yo para preparar comida para los suyos, cuántos kilos de comida cocinaron, cuántas horas de cuidado brindaron, cuántas noches sin dormir, cuántos litros de artículos de limpieza usaron para que todo brille, cuántos kilómetros de paseos y plazas han recorrido, cuántos deberes ayudaron a hacer, cuántos momentos de preparación para recibirlos, mimarlos, acompañado, vigilado, divertido y jugado con sus hijos y nietos, cuántos años pasaron  para verlos crecer, esperar sus progresos y luego partir, porque es la ley de la vida y cuántos años de empleos, oficios, títulos universitarios ejercidos para realización personal , sustentar la casa, la educación y vocaciones.  Así es, nadie piensa lo que guardan nuestras cabezas debajo de las canas que crecieron por  emociones compartidas.

Los viejos de hoy  mientras son autónomos o medianamente independientes  invaden las calles caminando con un cartel invisible que dice “ancianos”. Son los que hacen colas para jubilados, para comprar remedios, para pagar sus cuentas, para cumplir con sus obligaciones a veces con mucho esfuerzo. Son

ciudadanos con derechos y obligaciones. Y como el tiempo pasa y los chicos crecen, encuentran compañía como pueden, a veces contratan mujeres porque todos están ocupados con sus vidas y se largan a la aventura de seguir lo mejor que se pueda o son internados  en geriátricos para tener entornos de cuidado sustitutos. Si viven solos  se dedican a vivir vidas ajenas por televisión y pegados a los celulares de la familia electrónica que los supervisa, o muchos  encontrando clubes de tercera edad municipales o privados como lugares de esparcimiento y sociabilidad. Pero también es cierto que existe una nueva generación de añosos que apuntan a seguir vigentes y en acción. Ojalá existiera un inventario de todo lo invertido en vida y amor por los viejos para capitalizar lo que significa la continuidad y la herencia de amor y cuidado hacia los seres queridos que hoy son adultos mayores.

Lo que se debe saber y repetir es que la gente mayor no es descartable, ni invisible, no son enfermos, son gente con proyectos y sentimientos, que por envejecer no se jubilan de la vida, que viven con limitaciones porque todo cambia…como cantaba Mercedes Sosa. 

INVITADA
Martha Wolff
Periodista y escritora

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