Santo en la Web y en la Red

29 de marzo, 2024

MARTHA WOLFF. Los regalos que el tiempo nos devuelve.

6 de enero Día de Reyes.

Para creyentes y los que no lo son la asociación con este día es el de recibir regalos y en mi caso se hizo el milagro. No puse los zapatos ni me quedé en el umbral para verlos pasar en el cielo y luego en la tierra repartiendo bonanza y alegrías envueltas con papeles brillosos y multicolores  rematadas con un  moño. Me sucedió de la mano de la memoria subyacente en el alma y en los objetos que guardan las de seres queridos que no están más en la Tierra.

Siendo 6 de enero, verano y escribiendo un nuevo libro, ocupada, citando y grabando entrevistas.  En Buenos Aires hace calor y el éxodo de veraneantes se hace sentir, pero hay otra población que queda, como en mi caso, porque quiero adelantar mi proyecto. Entonces los días son y no son iguales porque depende de la temperatura y de los temas a abordar. El invitado de hoy fue excepcional. Yo tengo mi rutina y cuando termina el reportaje apago el grabador y vuelvo a colocar un libro enorme que uso para apoyarlo en la biblioteca.  Ese libro es “La Guerra y la Paz” de León Tolstoi, en ruso, editado en 1928. Fue regalo de mi tía Catalina, ucraniana, hermana de mi padre, que junto a sus otros hermanos que vivían en Isalav, a veinte kilómetros de Chepetovska en Ucrania, había recibido cuando terminó el Gimnasium, colegio secundario,  llamado así en la época zarista y profesional en el comunismo. De las pocas pertenencias que pudieron llevarse al emigrar, mi tía lo trajo en su pequeño equipaje. Sus dos hermanos, Sara e Isaac, como eran universitarios, pertenecían al estado y fueron separados  de su familia. La tía Sara llegó a ser médica oftalmóloga y el tío profesor de matemáticas. Mi padre y sus padres murieron sin volver a verlos, pero la tia Catalina, fue a visitar a su hermana a los setenta años que todavía vivía. Hubo trámites y  se le permitió vivir con su hermana de la que estuvo separada medio siglo por la Cortina de Hierro. Ambas compartieron un departamento en los típicos monoblocks soviéticos. Se encontraron en un abrazo infinito. La tía era jubilada pero se ganaba sus pesos extras traduciendo libros de medicina del ruso al francés y alemán. Después de hablar y hablar para contarse todo  y volver a compartir lo máximo de tiempo por los años separadas, la tía Catalina regresó con regalos envueltos en papeles blancos, porque los de diario podían filtrar información. El que me envió a mí lo tengo en un cuadro, es una blusa típica de aldeana y bordada, que hice colocar en una marco con vidrio al que titulé “El último recuerdo de Rusia”, pero no fue así porque me quedó el libro. Hoy abrí la primera página para mostrárselo a mi entrevistado. Dice así: “6  de enero del 2002, la tía Catalina le regaló este libro a su sobrina Martha, que trajo desde Rusia, cuando llegó a la Argentina el 26 de Abril de 1929 en el barco Alcántara”.

Hoy 6 de enero fue el regalo de Reyes que recibí al revivir esta historia encerrada en mi alma y en un libro. Su recuerdo viajó miles de kilómetros sobre los camellos de los hacedores de sueños.

¡Gracias!

Martha Wolff
Escritora y periodista

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