Santo en la Web y en la Red

9 de diciembre, 2024

Presidente Milei en el G20. “Lo único que funciona para sacar a miles de millones de la pobreza es el capitalismo de libre empresa”.

Si se trata de imponer mayor intervención estatal en la economía, no cuenten con nosotros.

Javier Milei, en su intervención ante el G20 en Brasil, enfatizó que para erradicar la pobreza es necesario reducir la intervención estatal y desregular la economía para permitir un mercado libre. Fue a través de 2 discursos, El primero sobre temas de “Inclusión social y lucha contra el hambre y la pobreza” y el segundo sobre “Reforma de las instituciones de gobernanza global“.

La foto de todos los mandatarios participantes en la cumbre del G20

Inclusión social y lucha contra el hambre y la pobreza

“A los mandatarios internacionales que hoy me acompañan… buenos días.

Sea por malicia o ignorancia, la mayoría de los gobiernos modernos han insistido en un error: el error de que para combatir el hambre y la pobreza hace falta mayor intervención estatal y mayor planificación centralizada de la economía.

Este fue el espíritu con el que nació el G20 después de la crisis de las sub-prime en 2008.

Sin embargo, la evidencia empírica demuestra lo contrario: cada vez que un Estado tuvo una presencia del 100% en la economía —que no es más que una forma bonita de llamar a la esclavitud—, el resultado fue el éxodo tanto de la población como del capital, y millones de muertes ya sea por hambre, frío o crimen.

Siempre que se aplicaron estas ideas, tuvo que ser a punta de pistola y levantando muros que le prohibieran a su población escaparse.

Como decía Revel, lo que marcó el fracaso del socialismo no fue la caída del muro, sino su construcción.

¿Por qué fracasan estas ideas?

En primer lugar, porque pretenden construir un paraíso en la Tierra vulnerando dos de los tres principales derechos humanos: el derecho a la propiedad y el derecho a la libertad. Y como mencioné anteriormente, a veces hasta se termina poniendo en duda el derecho a la vida.

Sin estos tres derechos, la prosperidad y el crecimiento no existen porque distorsionan el sistema de incentivos. ¿Quién querría esforzarse en un sistema que no le permite capitalizar su esfuerzo a través del ahorro y la adquisición de bienes? ¿Quién querría jugar un juego en el que constantemente le cambian las reglas y, si te va bien bajo un reglamento, buscan la excusa para apropiarse de una mayor porción de lo que uno produce?

En segundo lugar, estas ideas fracasan porque, como bien dijo Hayek, cada vez que el Estado interviene genera un resultado peor al que había antes de que se entrometiera.

Esto sucede porque los políticos modernos buscan hacer de la política una forma de vida y no tienen idea de los pormenores que implica emprender para solucionar problemas a terceros. Así terminan legislando sobre cuestiones que desconocen en el 100% de los casos.

De hecho, el incentivo del político implica no solucionar los problemas, sino perpetuarlos, porque un problema solucionado es un lugar de donde el Estado debe retirarse.

En tercer lugar, estas ideas fracasan porque confunden la voluntad con el voluntarismo. Creen que la voluntad de la política es más importante que la voluntad de cada uno de sus ciudadanos y someten a toda la población a relacionarse de forma forzosa, como si el futuro de cada uno pudiese ser decidido desde una oficina o como si un político supiese mejor que uno mismo lo que le conviene.

Esto termina distorsionando el sistema de precios y forzando a la población entera a acceder a bienes y servicios de peor calidad, a un peor precio. Todo por el capricho de políticos. Y, en el peor de los casos, termina generando crisis de déficit, de deuda y destruyendo la moneda.

Miren si no lo sabremos de primera mano los argentinos, que en los últimos 40 años tuvimos tres signos monetarios diferentes, y en diciembre del año pasado asumimos la presidencia con una pobreza del 55%.

En cuarto lugar, el dirigismo estatal le roba la iniciativa a los más pobres. Y, al hacerlo, les roba su dignidad, porque los vuelve esclavos de la dádiva y los somete a la corrupción de los intermediarios amigos del Estado.

De modo que, sobre este asunto, nuestra administración tiene una posición simple: si queremos luchar contra el hambre y erradicar la pobreza, la solución está en corrernos del medio.

Debemos desregular la actividad económica para liberar el mercado y facilitar el comercio, y que el intercambio voluntario de bienes y servicios traiga prosperidad.

El capitalismo de libre mercado ya sacó de la pobreza extrema al 90% de la población global y duplicó la expectativa de vida. Esto fue gracias a que generó un progreso tecnológico que puso al humano en el lugar de los dioses, habiendo conquistado los océanos, el aire, el espacio, el átomo, y pudiendo comunicarnos a cientos de miles de kilómetros en tiempo real, como si se tratara de telepatía.

Todo esto lo logró el privado por cuenta propia, buscando solucionar los problemas que aparecían sobre la marcha. No fue por orden de ningún jerarca estatal.

Esto significa que nunca verán a nuestra administración defender propuestas que impliquen mayor presión fiscal ni propuestas de desarrollo sostenible que prioricen caprichos de políticos con la panza llena en países ricos, cuando los países pobres necesitan explotar sus recursos para salir de la pobreza.

Voy a decirlo de nuevo: lo único que funciona para sacar a miles de millones de la pobreza es el capitalismo de libre empresa.

Cualquier otra propuesta es hubris para confortar y financiar sociólogos mal formados y deshonestos. Y lo voy a repetir las veces que haga falta y donde sea, porque tengo toda la historia de mi lado.

Muchas gracias a todos, y que Dios bendiga al mundo libre.”

Reforma de las instituciones de gobernanza global

“Estimados integrantes de esta asamblea:

Los organismos y foros internacionales que hoy articulan la comunidad internacional se crearon con el espíritu de que todas las naciones involucradas pudieran reunirse para cooperar de forma voluntaria, en calidad de iguales y autónomos, para, entre otras cosas, salvaguardar los derechos básicos de las personas.

Esto está grabado en piedra en el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que consigna que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.

Sin embargo, hoy, a casi 70 años de haberse inaugurado este sistema de cooperación internacional del que nosotros los presentes y el resto de las naciones del mundo participan, es hora de reconocer que este modelo está en crisis, porque desde hace tiempo está en falta con su propósito original.

En primer lugar, porque hemos fracasado en cumplir con el mandato de cooperación internacional voluntaria entre iguales.

Hoy, lo que rige en la comunidad internacional es un esquema de imposición, no uno de cooperación simétrica y autónoma.

En segundo lugar, y más importante aún, porque muchas de las políticas promovidas con insistencia por la comunidad internacional vulneran los derechos más básicos de los ciudadanos del mundo, que son el derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada.

Pensando en la consigna de esta exposición, creo que el concepto de “gobernanza global” se ha convertido en la etiqueta de este fracaso.

Porque hoy, aunque varios no se animen a decirlo a viva voz, somos muchos en la comunidad internacional para quienes “gobernanza global” es sinónimo de imposiciones de todo tipo a nuestras naciones y a nuestros ciudadanos.

Desde barreras a la producción y el comercio, hasta mandatos de censura a la expresión libre, pasando por imposiciones culturales y condicionamientos en el acceso al mercado de crédito.

El problema es que estas definiciones no son acuerdos entre partes, sino exigencias, porque se fustiga a quien osa tener una mirada propia.

Para nosotros, el consenso siempre parte del saludable desacuerdo y debate vigoroso. Pero hoy, el desacuerdo escandaliza, y el debate no es ni vigoroso ni saludable. No hay igualdad soberana que lo permita, y, en consecuencia, el régimen internacional se convierte en un corsé que nos asfixia.

La prueba es que en distintos ámbitos nos han llegado a acusar de promover discursos de odio, de ser antidemocráticos o de representar un peligro para los derechos humanos, meramente por tener una opinión disidente.

Esto quiere decir que los mecanismos de gobernanza global no ofrecen un canal de conversación entre semejantes. Ofrecen solo dos caminos: sumisión o rebeldía.

Bueno, antes que ser esclavos, nosotros preferimos la rebeldía. Así que voy a aprovechar esta oportunidad para esclarecer la posición de esta administración acerca de algunas consignas de la mal llamada “gobernanza global”:

  • Si se trata de restringir la libertad de opinión, no cuenten con nosotros.
  • Si se trata de transgredir el derecho a la propiedad de los individuos a través de impuestos y regulaciones, no cuenten con nosotros.
  • Si se trata de limitar el derecho de los países a explotar libremente sus recursos naturales, no cuenten con nosotros.
  • Si se trata de inventar privilegios de sexo, de raza, de clase o de cualquier minoría, y negar el principio de igualdad ante la ley, no cuenten con nosotros.
  • Si se trata de imponer mayor intervención estatal en la economía, no cuenten con nosotros.

Creemos que la cooperación internacional puede ser provechosa para todos, sí, pero para eso es imprescindible respetar la soberanía de las naciones y los derechos individuales de sus ciudadanos.

En eso consiste, a fin de cuentas, nuestra agenda de la libertad, y es el norte que creemos debería tener cualquier esfuerzo de reforma para las instituciones de gobernanza global.

Tal como en el siglo XX hubo una carrera espacial, sostenemos que en las próximas décadas veremos otra carrera:

Una carrera fiscal y desregulatoria, donde prosperarán los países que salvaguarden la libertad de los individuos, los que liberen las fuerzas productivas, los que premien la innovación en vez de castigarla. O sea, los que atiendan aquellas verdades que en las últimas décadas la comunidad internacional ha dejado de lado.

Nosotros hoy asumimos el compromiso de estar a la vanguardia de esa carrera.

Y mantenemos la fe y esperanza de que la comunidad internacional se reencontrará con los principios que le dieron vida: la cooperación voluntaria de naciones soberanas en calidad de iguales, en defensa de la libertad de los individuos.

Muchas gracias a todos.

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