Si llegase a ser cierto como es el primogénito debiera ser Rey de España.
Un mozo asegura que es el primogénito del rey emérito Juan Carlos de España.
El reclamo de Albert Solà es otro dolor de cabeza a don Juan Carlos, que renunció al trono en 2014 envuelto en escándalos.
De pequeño lo criaban unos campesinos en una isla del Mediterráneo y luego fue llevado a una mansión en Barcelona.
Había rumores de su “cuna noble”.
Un agente secreto español que le ofreció reunir las pistas de sus orígenes, según cuenta Albert.
“Es bastante simple: soy el hijo del rey”, dijo Solà, quien La Bisbal d’Empordà, un pueblo de 10 mil habitantes en las montañas de Cataluña.
Solà, por su parte, lleva décadas enviando cartas al hombre que asegura que es su padre con cartas manuscritas dirigidas a la casa real, entrevistas televisivas, un libro que describe su reclamo, pedidos de ADN real (no concedidos), una demanda de paternidad (desestimada).
Y las anécdotas que les cuenta a sus clientes en el bar donde los parroquianos lo conocen como “el monarca”.
En su casa tiene una con documentos relacionados con el caso. Una es una prueba genética que se tomó con Ingrid Sartiau, una mujer belga que dice ser hija de don Juan Carlos pero con otra mujer. La prueba, verificada como auténtica por el laboratorio que la realizó, dice que lo más probable es que Solà y Sartiau sean medio hermanos.
La partida de nacimiento de Solà, que indica que nació en 1956. De ser Juan Carlos su padre, este cantinero del campo sería el primogénito del exmonarca y, por ende, el hombre que —de haber corrido otro destino— sería rey de España.
“Es un caso que podría poner en un brete a la monarquía”, dijo Rebeca Quintáns, escritora española y autora de una biografía de Juan Carlos.
Solà asegura que su propio rostro es la evidencia más clara de su linaje.
Eulalia Marí, la mujer de 90 años cuya madre cuidó a Solà en esos años, dijo que era común criar a los hijos ilegítimos de las familias del continente. Pero el caso de Solà era distinto: Marí recordó que a su familia le pagaban casi el doble por los cuidados habituales.
En 1961, cuenta Solà, regresó a Barcelona donde sus primeros recuerdos son de haber vivido en una gran mansión con jardín y muros altos. Una maestra venía durante el día a instruirlo y también recuerda a una mujer mayor —que piensa que era su abuela— que acudía a visitarlo y regalarle juguetes.
A los 8 años, Solà volvió a mudarse, esta vez a casa de Salvador Solà, un campesino en la provincia de Girona, cerca de la frontera con Francia. La familia era pobre, pero otra vez Solà tuvo la impresión de que otras personas cuidaban de su bienestar.
Cuando aprendió a manejar dice que recibió una moto cara y un automóvil.