Santo en la Web y en la Red

26 de julio, 2024

Martha Wolff. La locura siempre vigente.

En la ruleta a la que todos juegan cuando entran a elegir una película, a veces se emboca bien y a veces mal. El otro día entre tantas opciones presioné sobre un título que me atrajo:

“Holocausto Brasilero”. No fue por casualidad. Siendo judía esa palabra, sinónimo del genocidio nazi a mi pueblo, hizo que apretara la tecla en esa opción que despertó mi curiosidad.

Durante una hora y media agradecí al cine la riqueza de conocimiento que proporciona, el poder entrar visualmente a otros mundos y enterarse de hechos imposible de abarcar por la vastedad de temas. En este caso viajé a Minas Gerais, en el sureste de Brasil. Se trata de un documental en el que fuera el Hospital Côlonia, un nosocomio psiquiátrico de la ciudad de Barbacena,

 basado en una investigación sobre las 60.000 personas que allí murieron en décadas. Un hospital que terminó siendo un depósito de gente con problemas demenciales y la mayor parte abandonada.

La periodista Daniela Arbex fue en busca de sobrevivientes de lo fue ese campo de exterminio junto a Armando Mendz.  Los sobrevivientes se prestaron a hablar contando dramáticos relatos sobre la crueldad que padecieron. Se trató de un holocausto ejercido por profesionales y personal que sometían a los enfermos a tratamientos terroríficos hasta matarlos como los nazis con sus prácticas. Los relatos de crueldad terapéutica con electroshock y medicamentos los dejaban tirados, desarticulados, adormilados y condenados a morir. Se trataba en su mayoría de negros que habían caído en desgracia social, en la droga, el alcohol y la prostitución. Esos desdichados eran a la vez atormentados con chorros de mangueras de agua fría terminando postrados en el suelo, desnudos y temblando de frío, diarrea y vómitos.

También dieron su testimonio enfermeras y algunos ex internados menos trastornados o habiendo sido personas casi normales que habían colaborado con los médicos en las sesiones de descargas eléctricas a los pacientes.

A medida que el documental iba mostrando lo que fue ese lugar de tortura se veían fotos de esos despojos humanos sin esperanza puestos al servicio de la ciencia cruel de la época del tratamiento del electroshock tan condenatorio a la muerte como lo fue el gas Ziclon- B de los nazis para exterminar a los judíos, los gitanos, los homosexuales y los enemigos políticos.

Los cadáveres en el hospital se apilaban. Los que no eran reclamados servían para el estudio de anatomía y disección en facultades, creando un mercado negro de demanda de cuerpos por dinero.

Entre el callejón sin salida de sus destinos también las mujeres embarazadas al parir les quitaban a sus hijos y los ponían en orfanatos o los regalaban por considerar que con sus demencias no podían criarlos.

Un famoso psiquiatra brasilero el Dr. Basaglia comparó la bestialidad que se ejercía con los enfermos por el nazismo al perder su libertad, considerarlos un estorbo para la sociedad y con su metodología matarlos.

Confieso que sabiendo que en la actualidad allí funciona un “Museo de la Locura” también debería haber un Museo a nivel internacional sobre ese mismo mal desde la historia de la Humanidad para sumar todas las locuras que padeció y padece la humanidad deshumanizada de siempre.

Confieso que no pude dormir, mi cabeza recorrió el mapa de algunos de los dramas que costaron tantas vidas y saqué como conclusión que no hubo período de  la Historia sin maldad, ataque  y muerte al  “OTRO”, ya que la intolerancia es inherente al hombre y  a la convivencia con la diversidad.            

INVITADA
Martha Wolff
Escritora y periodista

           

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